ALFREDO VARGAS ORTIZ
Orgullosamente Docente Universidad Surcolombiana
Doctor en Derecho Universidad Nacional de Colombia
Ayer me encontraba en urgencias médicas en mi EPS con mis dos hijos, cuando de repente escuché una gritería afuera mientras salía a estacionar mi carro. Me sorprendió ver a dos sujetos en plena entrada de la clínica, insultándose de manera indescriptible. Incluso llegaron a lesionarse mientras sus familiares trataban de controlarlos para que cesaran las agresiones. Lo que presencié en esta ocasión es otra de las tantas escenas que he presenciado en numerosas ocasiones, donde los colombianos promedio se insultan, agreden, lesionan y matan muchas veces por razones banales y sin ningún criterio distinto que la impulsividad, la irracionalidad y la acción violenta que caracteriza a nuestros pueblos.
No es gratuito que, en un solo año, mueran de manera violenta más de 13,166 personas para una tasa de 25 por cada 100 mil habitantes, mientras que, en países como Suiza, mueren solo 43 personas, con una tasa de 0.46 personas por cada cien mil habitantes. Colombia tiene que atender la violencia como un problema crítico y de salud pública. Necesitamos ejércitos completos de psicólogos, psiquiatras, pedagogos, artistas, sociólogos, filósofos, antropólogos, politólogos y cuanto profesional sea necesario para que la propuesta de la paz total sea mucho más ambiciosa que negociar con delincuentes o subversivos, que a la postre representan solo el 10% del problema de los homicidios y lesiones en nuestro país.
El panorama del conflicto es aterrador. Desde el 2020 hasta el 2023, se han presentado 90 masacres en promedio, lo que equivale a más de 360 masacres en tan solo 4 años, de acuerdo a datos suministrados por INDEPAZ. Pero si miramos la violencia cotidiana, que afecta a mujeres, niños y hombres, podremos tener un panorama mucho más completo.
De acuerdo a las cifras, del año 2022 al 2023, se presentaron 8,026 homicidios contra hombres y 673 contra mujeres. En el siguiente año, 8,454 hombres y 643 mujeres fueron víctimas de homicidio, para un total de 9,102 homicidios. Estas cifras demuestran que, en un gran porcentaje, los hombres son las principales víctimas de esta violencia generalizada. Es aterrador también que, sumados a esta cifra, 5,440 personas hayan perdido la vida por razones prevenibles como accidentes de tránsito, o 2,063 por suicidio. Adicionalmente, se suman las muertes accidentales, que alcanzan los 2,415 casos, para un total de 19,020 muertes en Colombia.
Claro que es importante el diálogo para alcanzar la paz, y que las condiciones mínimas para promover y aceptar la paz total deben incluir medidas de reparación, verdad, justicia y garantía de no repetición, entre otros elementos que permitirían lograr la paz efectiva. Pero, ante todo, debemos acabar con la tradición y la costumbre de la cultura violenta que nos ha caracterizado. Para ello, las instituciones educativas, las universidades, las instituciones gubernamentales, las organizaciones no gubernamentales (ONG) y los ciudadanos en general deben enfocarse en reeducarse y promover la cultura del autocuidado, el respeto mutuo y el diálogo intensivo. La utilización del arte, la pedagogía y la cultura deben ser verdaderos motores de transformación social para el desarrollo humano de nuestro país.
De nada serviría lograr la paz con los violentos armados si cada colombiano tiene un potencial violento producto de su cultura, y está dispuesto a todo para conseguir sus propósitos. Esta es parte de nuestra desgracia bicentenaria. Los colombianos nos hemos malacostumbrado a utilizar la violencia como medio para conseguir nuestros fines, y esa es la gran situación que debemos erradicar. El trabajo, el esfuerzo y la educación deben ser los mediadores del progreso, para acabar con la cultura mafiosa y atajista que nos caracteriza.
