Por: Ernesto Cardoso Camacho
La cruda realidad como se expresa la dinámica política que permite el funcionamiento democrático en un Estado de Derecho, pasa inevitablemente por la responsabilidad de los partidos políticos en construir consensos, los cuales deben expresarse en acuerdos donde coincidan los valores, principios y postulados de quienes los concitan y construyen.
Pero claro. Tales colectividades tienen jefes, líderes, dirigentes y voceros avalados que ostentan representación popular. En algunos pocos casos, tales partidos dependen de la voluntad de un caudillo al cual generalmente se le rinde culto a la personalidad, expresada en zalamerías y adulaciones.
En nuestra historia republicana hemos tenido, por fortuna, muy pocos caudillos, lo que ha permitido la proliferación de jefes y dirigentes pero por desgracia también muy pocos líderes.
Desde la prolongada vigencia del bipartidismo que se consolidó con el acuerdo del Frente Nacional, los dos partidos históricos se dedicaron a usufructuar el ejercicio del poder compartido, generando con el tiempo verdaderos abusos del sistema democrático que inevitablemente derivaron en desigualdad, exclusión y una casta de políticos que se atornillaron en las curules del congreso, donde el nepotismo y la corrupción han florecido inusitadamente, hecho que finalmente los ha desgastado ante sus propios militantes, adeptos y ciudadanos.
En este escenario ha llegado el liderazgo alternativo de Gustavo Petro que con paciencia y talento, supo esperar el momento coyuntural oportuno para acceder al poder, inclusive apoyado por parte de ese establecimiento corrupto que sin principios ni valores, se acomoda sin vergüenza alguna para defender sus personales intereses y privilegios.
En el congreso donde se mueve la almendra del corrupto poder político, Petro pudo identificar a quienes podrían llegar a ser sus socios para alcanzar la dignidad de presidente, y desde allí, manipular y comprometer apoyos para sus reformas legislativas con las cuales esta pateando el tablero institucional de nuestro frágil y corrupto sistema democrático.
Una radiografía objetiva permite observar la podredumbre del sistema y la agonía de los dos partidos históricos que ahora pretenden sobrevivir traicionando lo que fueran sus convicciones y postulados.
En este escenario angustiante e impredecible vendrán las nuevas elecciones del 2026. Ya el presidente avanza con firmeza en la estructuración de su nuevo esquema político con el cual busca mantener el control democrático del poder, lo que desde luego aún no permite descartar de plano su íntimo deseo de reelegirse, con la evidente excusa de que el tiempo no le alcanzó para consolidar el cambio prometido.
Mientras tanto, sus adversarios permanecen desconcertados como jugando a la gallina ciega, quizás conscientes de que las reales opciones de liderazgo para competir son bien escasos. Por fortuna el talante del expresidente Uribe, su experiencia, visión estratégica y liderazgo vigente; a pesar de la ominosa persecución judicial y al desgaste mediático al que ha sido sometido; ha reaccionado a tiempo para convocar a los colombianos en una lucha frontal contra el evidente e inminente peligro institucional que vive la Nación.
Los cinco precandidatos del uribismo tienen cada uno sus fortalezas y debilidades, pero en el conjunto significan el compromiso ineludible de afrontar con valentía el reto de evitar la permanencia del modelo Petro en la conducción de los destinos nacionales. La seguridad, la confianza y estímulo al sector privado que potencie la inversión social, son elementos que heredados del liderazgo del expresidente Uribe, habrán de volver al sentimiento ciudadano con un ingrediente adicional e infaltable como es la lucha frontal contra la corrupción.
En este contexto ha salido una figura que pretende convertirse en la outsaider del proceso electoral. La aguerrida periodista VIKY DAVILA, promovida por el grupo empresarial de la familia Guiliski, apoyada por el expresidente Duque y un sector del santismo, busca irrumpir en esta notable ausencia de liderazgo y de incertidumbre, para ejercer gran protagonismo en la elección presidencial.
Por ello, el consenso como fórmula política entre los sectores que competirán contra el petrismo en el 26, se hace cada día más imperativo. Deponer egoísmos y vanidades personales así como ser capaces de construir acuerdos, será la opción más razonable para asegurar la estabilidad democrática e institucional de la Nación.
La lucha no debe ser obsesiva en sacar a Petro del poder. Las reformas que está logrando consolidar, apoyado en el gran poder burocrático de los organismos de control, pero sobre todo con la vergonzante aprobación de los corruptos comodines del congreso, será parte esencial de la gran tarea que habrá de realizar el nuevo gobierno producto del consenso.
La más peligrosa de todas que ojalá se pudiera evitar desde ahora, es sin duda la de modificar el sistema de participaciones, pues sus efectos serán devastadores para las finanzas públicas y para el modelo económico vigente. El anzuelo de mejorar los recursos a las regiones está siendo muy eficaz, precisamente porque así estimula el voraz apetito de la corrupción y la reelección de los actuales congresistas que se acomodarán a través del probable y perverso transfugismo.