Diario del Huila

Antes, el Covid; hoy, la carestía sin límites

Oct 10, 2022

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Por: Gerardo Aldana García

Que mi casa se quede sin el timbre de celulares y se olvide de la señal de internet, más no falte en ella el pan de cada día. He despedido con pesar y estoicismo las visitas de familiares en las tardes de cualquier domingo; eso me resultó, al principio un poco triste, pero cuando dejé de ver que mi esposo llegaba ese mismo domingo con el mercado de la semana, entonces supe que había cosas más duras de soportar.  

Con este prefacio podría empezar una de las tantas novelas inspiradas en el drama de una sociedad aquejada por el hambre. Y no sería ficción de Juan Rulfo en el Llano en Llamas o en Pedro Páramo; fue tan real en la pandemia del memorable Covid que aún amenaza al mundo con sus creativas mutaciones en potencia.

En medio de ella, los hombres y mujeres del campo no cedieron su ímpetu de trabajo a la amenaza y riesgo del misterioso virus; muy al contrario, se erigieron con la fuerza que la tierra y su herencia campesina con la que llenan su vida de humildad y sencillez, se la jugaron por la seguridad alimentaria de las naciones. Es una deuda que aún no se les paga.

Ellos salvaron al mundo de sucumbir de hambre. Muy al contrario, la sociedad y su forma de gobernar, les deja sentir el peso de mayores cargas en la compra de insumos y acceso a medios de producción. Y sino, llame al almacén de insumos y pregunte por el valor del bulto de Triple 15 o de Urea, y luego llame a Corabastos y consulte a cómo le pagaron hoy lunes al productor, la arroba de frijol o la carga de yuca. Se asombrará de la inequidad entre lo que cuesta producir versus lo que se le paga al productor. Eso sí, el intermediario se asegura de ganar lo suficiente para que al consumidor final el coste de su canasta familiar sea cada día mayor.  

Pero bien, esto no es no noticia; el campesino colombiano lo vive a diario. Y ahora que la pandemia del Covid aflojó para que haya la circulación que recobró el país y el mundo, viene la macroeconomía con sus variables de crecimiento en incontrolable espiral del dólar y las tasas de interés de los créditos, erigida como esa Meduza que no cede al corte de una sus cabezas, sino que revive con renovado vigor. Frente a ello, millones de colombianos seguiremos sufriendo los embates de la carestía y dentro de este conglomerado, los moradores de la tierra, los hombres que preñan la tierra, las mujeres de manos callosas como las del varón, labran surcos de cilantro y zanahoria, seguirán enfrentando el paradigma agrario donde las oportunidades de producir son más difíciles.

El gobierno debe pensar, y creo que lo está haciendo, en programas realmente impactantes para el agro, con líneas de crédito para la mujer y el joven rural, para el pequeños y mediano productor.  Ojalá, Petro, no acabe las Líneas Especiales de Crédito – LEC, que dejó Duque caminando a través de Finagro, Banco Agrario y la banca comercial. Con tasas, ojalá a 0% de interés, o con un Incentivo a la Capitalización Rural – ICR, que coadyuve verdaderamente a garantizar que el campesino, el empresario del campo, pueda producir dignamente y con rentabilidad para sus familias.

No es una exageración, pero el inadecuado manejo de los temas macroeconómicos del país, que, por supuesto incluye sensiblemente la reforma tributaria que, en su aprobación corre tan rápido como atleta olímpico, puede comprometer la seguridad alimentaria, tanto o peor que la recesión que trajo el Covid. Señores legisladores en el congreso, señor presidente, Gobernadores y Alcaldes, aprieten el cinturón en donde sea más conveniente, pero aflójenlo para la economía campesina y familiar; no hacerlo, es darle físicamente una patada a la lonchera.

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