Diario del Huila

Arnubio Cruz y su última huella en El Dorado

Ene 14, 2023

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Un ocho de enero de 2012, miembros de las extintas Farc asesinaron a sangre fría y a Arnubio Cruz García, a quien le propinaron tres disparos en la cabeza ante la mirada atónita de su pequeño niño. Esta es la historia del crimen por el que jamás se hizo justicia en el municipio de Colombia-Huila.

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Era un domingo soleado y tranquilo el ocho de enero del 2012. Sus labios se tornaron pálidos y su cuerpo completo parecía un tempano de hielo, temblaba, miraba desconsolado y no sabía qué hacer, su mente de tan solo cuatro años no lograba interpretar la escena que sus ojos inocentes acababa de presenciar. No comprendía lo que había visto, un fuerte sonido y luego su padre tirado en el piso, sin moverse, sin poder hablar, sin poder decir siquiera adiós.

Arnubio Cruz García tenía 44 años de edad, vivió toda su vida en el municipio de Colombia Huila, la mayoría de años en la vereda El Dorado; allí, gracias a sus saberes en labranza, se dedicó a sembrar café, yuca, plátano y otros productos agrícolas con la esperanza de que algún día, “las maticas le dieran para vivir bien, no solo él, sino también su familia”. Para el día de su homicidio, Arnubio Cruz trabaja en el municipio en oficios varios.

Un día antes, recibió una llamada que lo dejó un tanto intranquilo (…) lo citaron en El Dorado para reunirse con las extintas Farc, pues don Arnubio, tenía su finca en esa vereda y al menos tres veces al mes subía a trabajarla. Al día siguiente despertó temprano y organizó el viaje junto a su esposa y su hijo para cumplir con la cita.

Antes de salir del casco urbano donde vivía desde hace cinco años se dirigió donde el párroco del pueblo por sugerencia de su madre, la señora Evidalia; hicieron una oración, se despidió de sus padres y partió en su moto con su esposa e hijo aproximadamente a las nueve de la mañana; todo marchaba bien, y aunque personas le dijeron que no “subiera”, don Arnubio era un hombre de palabra, le gustaba dar la cara y ser claro, además decía que, si no iba a la cita, como iba a saber si podía o no seguir trabajando en su finca. 

El día final

Al llegar al punto de encuentro, don Arnubio saludaba jocosamente a quienes se encontraba en el camino, eran amigos de toda la vida, lo vieron crecer y también labrar la tierra. Minutos más tarde se tuvo a ver la casa en la que en algún momento vivió junto a su familia, y que tuvieron que dejar a causa del desplazamiento forzado.

Ya era domingo y como era tradición, todas las personas se reunieron en el caserío, tomaban cerveza, hacían mercado, jugaban tejo y las señoras iban a la iglesia.

Fueron cinco largas horas de espera y faltando 15 minutos para que el reloj marcara las tres de la tarde, lo mandaron a llamar a unos 50 metros del caserío, por la carretera que conduce al departamento del Meta.  Su esposa y su hijo lo acompañaron.

Estando a una corta distancia, vieron que intercambiaron algunas palabras, pero no fue posible escuchar nada. De repente tres tiros los aturdieron, don Arnubio estaba muerto. Las tres balas atravesaron su cabeza y en el sitio y casi que arrodillado, sin derecho a defensa ni arrepentimiento alguno se apagó la vida de este hombre de contextura alta, manos grandes y temple fuerte.

Un instante cotidiano de la vida se convirtió en una pesadilla sin tregua, en silencio mortal, en un despido sin vuelta atrás.

Los cuatro hombres con poncho y vestimenta negra, se aproximaron a la mujer y le dicen “lo matamos por sapo”.  De doña Flor, no salió palabra alguna, mecánicamente se aproximó a sacar las pertenencias del cuerpo de su esposo que yacía tendido en el suelo. Ese hombre fuerte y vigoroso, dejaba sus últimos suspiros en el lugar por el que transitó para jugar en la cancha de fútbol, compartir con sus amigos y familia, por el que recorrió tantas veces para sacar adelante a sus padres, a sus hijos y así poder darles una mejor vida, esa con la que soñaba pero que nunca gozó por la violencia que merodea en algunos municipios del Huila.

Doña Flor sacó su billetera, las llaves de la moto y unos cuantos pesos que tenía su esposo en el bolsillo, dio la espalda y tomó de la mano a su hijo que estaba inmóvil, en silencio absoluto y totalmente perplejo. Se acercó al caserío, sus manos temblaban, su mundo caía a pedazos y al primer habitante que se encontró, con voz entre cortada y desconsolada le dijo que habían matado a su esposo.

¿Cuáles era los motivos? ¿qué podía hacer ella?, ¿podría ser una pesadilla y no su realidad?  ¿qué iba a pasar con su familia?  ¿de dónde sacaría fuerzas para continuar? ¿hasta qué punto las percepciones y rumores de las personas se convierten en una sentencia de muerte?, estos y muchos otros interrogantes susurraba entre lágrimas la viuda.

El niño que lo vio todo

Lo triste y lamentable de esta historia marcada por la violencia que azota a nuestro país y de la cual, el Huila no es ajeno, es que un pequeño niño de tan solo cuatro años de edad, tuvo que ver como sujetos con poncho y botas de caucho delante suyo le quitaron la vida a su padre, al mismo al que veía como un héroe y del que pensaba incluso que iba a resucitar. “Mami, papi resucita cierto”, fueron las primeras palabras de aquel inocente niño que no tenía ni idea de lo que había sucedido.

La tragedia, el dolor y la injusticia había tocado nuevamente a esta familia, pues años atrás exactamente en el 2007, las miembros de las Farc, también habían asesinado al hermano de Arnubio, el señor Joel Cruz, a quien además de desplazarlo de sus tierras, le quitaron la vida en las mismas condiciones. Una pena de muerte de la cual los Cruz García parecía los perseguía.

Esa tarde de domingo, la existencia del señor Arnubio quedó en la memoria de sus seres queridos y de sus amigos más cercanos que no daban credibilidad a lo que había sucedido. 

Uno más

Desde entonces, y ya hace 11 años, este atroz crimen se ha convertido en un muerto más en manos de la guerra, una conflagración entre grupos armados que ha dejado millones de víctimas por el conflicto político – militar.  Víctimas que, en medio de la pobreza, el desplazamiento y el dolor que esto acarrea han tenido que despedirse de sus seres queridos. Buscar fuerza y valor para seguir adelante; en este caso, doña Flor y su familia tuvieron que lidiar con el trauma, las pesadillas en la noche, la ausencia de don Arnubio, los rumores y el duro sufrimiento de una madre criando sola a sus 10 hijos, y que ellos, tuviesen que crecer sin tener a su lado la figura de su padre. Algunos de ellos sin recuerdos de él, porque siendo muy pequeños tuvieron que darle un adiós inesperado y para siempre.

La guerra genera esto, asesinatos, secuestros, desplazamientos, desapariciones forzadas, falsos positivos, rupturas en los tejidos sociales y comunicativos ¿por qué insistir en lo que nos destruye?

Hay historias que no deberían repetirse para que no haya viudas de la guerra, ni madres sin hijos, ni hijos sin padres. 

Responsables nunca hubo, testigos solo dos, su hijo que ahora tiene 15 años y su señora esposa que trata de borrar todo recuerdo doloroso. Nunca ningún subversivo explicó los motivos que existieron para acabar con la vida de Arnubio, y su familia y su hija que hoy trata de  

Arnubio Cruz García (1968 – 2012).

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