Diario del Huila

Cambiar por cambiar

May 26, 2022

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Por: Luis Guillermo Vélez Cabrera

Abogado

Colombia es hoy un país mejor que el que era hace 30 años. Todas las estadísticas, sin excepción, así lo demuestran. El sueño de la constitución del ‘91 -basado en el estado de derecho, el imperio de la ley, la economía de mercado y el respeto por los derechos individuales- no se ha realizado en su integridad, pero en muchos aspectos cualitativos y cuantitativos las promesas constitucionales están, por lo menos, en camino de cumplimiento.

No pueden decir lo mismo los países de la región que optaron por “cambiar de modelo”, echando por la borda la posibilidad de un cambio evolutivo -por definición, pausado e incompleto- transándose por un cambio “revolucionario”, que prometía trasladar de inmediato a la esfera terrenal toda suerte de quimeras maravillosas que acabarían de tajo las injusticias e inequidades generadas por siglos de indiferencia.

Fue así como en 1998 el coronel golpista Hugo Chávez se posesionó como presidente de Venezuela, juramentando sobre la “moribunda” constitución vigente que transformaría a su país. Su propuesta era refundar la República, acabando con el hambre, construyendo viviendas para todos, generando educación y trabajo, dignificando las relaciones internacionales e invitando a los empresarios a confiar en el nuevo gobierno.

“Es urgente para nosotros”, dijo en ese entonces, este cambio del “modelo económico” porque hay que “diversificar la economía, impulsar el aparato productivo” y completó: “Nosotros somos gente seria […] que respetará los acuerdos que se firmen y las inversiones internacionales que vengan aquí de cualquier parte del mundo, especialmente dirigidas al sector productivo, que genere empleo, valor agregado a la producción, tecnología propia para impulsar el desarrollo del país. No podemos seguir dependiendo únicamente de esa variable exógena que es el precio del barril de petróleo”.

Muchos ingenuamente aplaudieron este discurso y la realidad, ya sabemos, fue muy diferente. Lo cierto es que Venezuela sí cambio. De ser uno de los países más ricos y prósperos del continente pasó a ocupar los primeros lugares en mortandad infantil, hambre, desplazamiento, crimen y cuanta estadística social y económica existe. Algo parecido ocurrió con la Argentina peronista, el Chile de Allende, el Perú de Velasco y la Nicaragua de los Ortega y, de todas formas, por alguna razón incomprensible, los latinoamericanos insistimos en experimentar con estos personajes que prometen redenciones inmediatas y no el complicado, largo y frustrante camino del cambio incremental.

El gobierno de Duque, siendo generosos, ha sido muy flojo. La senda reformista de los gobiernos colombianos post ‘91 se estancó, errores garrafales en la estrategia política llevaron a una costosa revuelta social, el desbalance de las finanzas públicas nos hace vulnerables a las tormentas de la economía mundial, la paz se implementó a medias y la inseguridad se disparó. Sin embargo, un gobierno lleno de fracasos no justifica que le pongamos un taco de dinamita a todos los avances que hemos construido durante las últimas tres décadas.

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