Diario del Huila

De farras, jolgorios y otros demonios 

May 5, 2021

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(A propósito del Día Internacional de Concienciación sobre el ruido)
En Cartagena de Indias  no existe el derecho al silencio. El silencio, que debería constituirse en
otro derecho fundamental, nunca se halla en las murallas ni en el resto del «Corralito de
Piedra».  Acá todo el tiempo es fiesta, bulla, ruido, jolgorio y pachanga. «En Cartagena de
Indias parece que todos los días fueran festivos», me dijo Emilio Ballesteros Almazán, un amigo
español que visitó a Cartagena hace un par de años.
Para quienes concedemos un valor excepcional a la tranquilidad y a la música de la naturaleza,
Cartagena es una ciudad inviable e invivible. Lo peor de todo es que no hay autoridad.
«Bienvenido a la costa», me respondieron de la estación de policía cierto día que llamé a poner
las quejas a eso de las tres de la mañana. «Todos los días hay música a alto volumen», rezongó
al otro lado del teléfono la mujer que contestaba. Se ha naturalizado tanto el ruido que cuando
los estudiantes costeños llegaron a la Universidad de Pamplona (Norte de Santander) pensaron
que la ciudad estaba de luto. Y entiendo que el medio lo determina todo, que una cosa es
nacer en el fragor y el estruendo del caribe colombiano y otra muy distinta en las faldas de las
montañas que besan y bordean a Neiva, Tunja, Manizales o Popayán. Eso lo entiendo; el caribe
es alegría, fragor, sudor, pálpito. Pero en estos tiempos, y más cuando la muerte nos sonríe
todos los días en la cara (que digo, nos saca la lengua) la empatía debería habitar en nuestros
corazones, entender que en medio del dolor de muchos, el silencio es un derecho que debe ser
firmemente respetado. Todos aspiramos y anhelamos al silencio, incluso en las horas más
festivas. Y si a usted le gusta la champeta, el reguetón, la salsa, el trap está en todo su derecho,
puede oírlos a las horas que estime conveniente (ojalá con audífonos) pero lo que no puede es
tratar de democratizar su ruido (incluso el mal gusto de algunas de sus canciones) invadiendo
con su música los espacios íntimos y personales de sus vecinos. El picó (de la voz inglesa «pick-
up») de su solar puede reproducir la Novena Sinfonía de Beethoven, pero a ciertos decibeles
esa sinfonía también puede ser una tortura, una descarga eléctrica en el más fino de los oídos.
Dicen por ahí —en Cartagena de Indias parece que fuera letra muerta— que están prohibidas
las aglomeraciones y las fiestas públicas por la contingencia del COVID-19. En Cartagena hay
fiestas todos los días y no necesariamente en la noche.
¿Cuántos policías hay en la ciudad? ¿Cuántos de ellos hacen respetar la norma y exigen el
derecho. Según información de la propia institución hay más de diez cuadrantes y cinco
estaciones. ¿Se ha naturalizado el ruido por parte de los uniformados?
El Código de Policía contempla que «perturbar la tranquilidad de la comunidad con ruido,
reuniones o fiestas» debe ser castigado. ¿Por qué no se cumple ese principio en la amurallada?
¿Por qué todo el mundo anda campante, de barrio en barrio, de fiesta en fiesta, por las
principales calles y avenidas de la ciudad?
Uno de los pilares de la modernidad y de la convivencia es el respeto al otro, el respeto a los
otros. Debe existir un mínimo de consideración con el vecino que lee, con la niña que escribe,
con el muchacho que estudia. Debe existir conmiseración con la mujer que acaba de parir, con
el taxista que tiene el turno de la noche, con el ama de casa que sufre de migraña. La música
que a usted le gusta no necesariamente le gusta a su vecino; lo que para usted es un disfrute,

para su vecino puede ser un suplicio y un castigo. Sus derechos terminan donde comienzan los
de los demás, y en términos de música y de ruidos las fronteras son invisibles, pero
absolutamente cercanas. Haga el ejercicio de imaginar a un adolescente de su barrio
«enamorando» sus oídos en el tremendo picó del Rey de Rocha mientras suena «Welcome to
the jungle» de los Guns N’ Roses o «Hammer Smashed Face» de Cannibal Corpse. ¿Le gusta la
idea?

Allanan fiesta clandestina en Bogotá en la que habían miembros de la Policía

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