Por: Hugo Fernando Cabrera Ochoa
Al emprender esfuerzos para recorrer el sendero de las letras, las dificultades extremas son lo más común en ese duro y escarpado terrero, pero la fuerza del espíritu por encima de la resistencia física, es la que genera el aliento necesario para persistir y así lograr que la imaginación vuele mágicamente a través de las utopías y se logren plasmar sobre un papel, las palabras que se convierten en arte.
Recuerdo, por allá a comienzos del siglo XXI, haber escuchado de boca del escritor y periodista, Edgar Artunduaga Sánchez, hombre franco y frentero, quien era capaz de decir sin matices a lo blanco, blanco, y a lo negro, negro, sin sonrojarse; en cierta ocasión en la que llegó un hombre joven, alto y delgado, a saludarlo, a las instalaciones de Huila Stereo Neiva (por aquella época yo era el gerente de esta empresa radial), que aquel personaje tenía una gran proyección, que era poseedor de una increíble imaginación literaria y que tenía una maravillosa capacidad de redacción; en palabras de él, “que escribía muy sabroso”.
Claro que sí; este neivano, comunicador y periodistas, para la época de este relato, era ganador ya de varios concursos de poesía a nivel departamental y nacional; posteriormente sería merecedor de premios internacionales y tendría más reconocimiento por fuera del departamento que dentro de éste, así pasa generalmente. Luego con el tiempo, para resarcir los errores, vienen lo homenajes póstumos, todo por no valorar a las personas en vida, y de eso sí que hay historias; con razón la frase que dice que “nadie es profeta en su tierra”.
Este prolífico escritor y poeta huilense, se fugó de nuestra región para radicarse y hacer su vida en la ciudad amurallada, ejerciendo la labor de docente de planta de una reconocida institución de educación superior, debido a que nuestra gloriosa Universidad Surcolombiana, lo dejara ir; ¡error! pienso yo, de las directivas de la institución en su época, porque se habría podido expandir un gran movimiento literario a partir de esta experiencia, aunada al talento de otros escritores huilenses.
Winston Morales Chavarro, ahora solo viene de visita a su tierra por pocos días, cuando puede, a saludar a sus padres, familiares y amigos, pero luego vuelve al lugar que lo acogió y valoró inteligentemente, para posteriormente viajar a diferentes Alma Mater del mundo a compartir su obra, esgrimiendo el hecho de ser docente de una academia que no es la de su terruño; no debería ser así.
Este muchacho inquieto, al que le gustaba la radio y del que se refería Artunduaga con admiración, se convirtió en lo que él mismo proyectó, un gran escritor; razón por la cual, en el mes del idioma deseo rendir homenaje, y en ese sentido, cito la cuarta estrofa de uno de los hermosos poemas de Ana María Rabatté, titulado “En vida, hermano, en vida: No esperes a que se muera, la gente para quererla, y hacerle sentir tu afecto… en vida, hermano, en vida…”
No me da el espacio para hacer mención de toda la producción poética y literaria de Winston Morales, pero dentro de tantas, puedo mencionar los siguientes libros de poemas: Aniquirona (traducida a varios idiomas), La lluvia y el ángel, De regreso a Schuaima, Memorias de Alexander de Brucco, Summa poética, Antología, Colección Viernes de Poesía, entre muchos otros.