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El reparto de los mercados mundiales o la causa última de nuestras dificultades como Nación

Ene 25, 2022

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En la sociedad de hoy el mayor problema es la desigualdad. Es tan aberrante que numerosos analistas, investigadores, organismos públicos y privados, llevan años documentando como la brecha entre los sectores de medios y bajos ingresos y los grandes potentados se amplía día tras día.

Uno de los investigadores más serios y juiciosos, el economista francés Tomas Piketty, en su libro El capitalismo del siglo xxi, documentó con suficiencia este hecho. En un análisis estadístico que cubre más de 100 años probó como es la tendencia a la concentración del capital en una sociedad, dónde este impone las reglas de juego.

Esas normas que los favorecen se gestaron durante el período de las dos guerras mundiales imperialistas. Las dos Grandes Guerras, como gustan llamarlas los historiadores de la gran burguesía financiera fueron el campo de batalla entre los viejos poderes coloniales del siglo xix y el poder emergente, los Estados Unidos de América.

La confrontación tuvo su eje la aspiración de la mayor potencia económica, política y militar del siglo xx, los EE. UU., de imponer el libre comercio en todos los mercados mundiales. Libre comercio que debe entenderse como el privilegio del capital financiero parasitario de circular sin obstáculo por los mercados internos de los países. Así, entran sus bienes y servicios, pero, sobre todo los descomunales capitales acumulados en décadas de explotación.

Para los países en desarrollo, como Colombia, no hubo alternativa. Después de la II Guerra Mundial Imperialista, la política de reparto de los mercados neocoloniales tras los acuerdos de Bretton Woods, nos ubicó en el traspatio de los Estados Unidos.

En la segunda mitad del siglo xx, los países de América Latina vimos como plan tras plan se esbozó bajo la sombra tutelar de los gobiernos de los EE. UU. De esa manera, fueron amarrando nuestras débiles economías al dominio del capital financiero. Primero, la política de sustitución de importaciones de la Cepal, un tímido intento de modernización que se hundió con las crisis financieras de las décadas 70 y 80. Luego, la agresiva recolonización neoliberal, promovida por el gobierno de Ronald Reagan, e iniciada en Colombia con la apertura de César Gaviria. Después implementada, de manera sistemática y metódica, por todos los gobiernos del país hasta hoy.

La complicidad de las élites colombianas ha sido total. Fuera de unas pocas personas que se opusieron cuando empezó la debacle y, la valerosa voz de Jorge Enrique Robledo desde el Senado, todos los dirigentes políticos, han silenciado este que es el debate principal: la lucha por la Soberanía Nacional.

Hoy, por fortuna, esa miserable repartición de pueblos y territorios está colapsando. El deber como colombianos es ayudar a su demolición definitiva.

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