Diario del Huila

El signo de la maleta positivo

Nov 11, 2021

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Durante la formación en medicina aprendemos muchos signos que habitualmente tienen epónimos, esto quiere decir que al signo (que es un hallazgo para poder identificar la enfermedad) se le coloca el nombre de la primera persona que lo describió. Por ejemplo, uno de los signos que aprendemos es el Signo de Blumberg. El signo de Blumberg fue descrito por el Dr. Jacob Moritz Blumberg, cirujano y ginecólogo nativo de Prusia (actual Alemania) graduado en la Universidad de Breslavia en 1897. La maniobra de palpación en el paciente con dolor abdominal agudo fue descrita en su artículo Un nuevo síntoma diagnóstico en apendicitis, publicado en 1907. Está asociada a la inflamación del peritoneo, el cual es la lámina que cubre la cavidad abdominal y la que hace posible su movilidad. En la publicación de 1907, el Dr. Blumberg explica que para realizar la maniobra el paciente debe estar acostado boca arriba. En esa posición el médico debe hacer presión con su mano en la sección del abdomen que se desea examinar.

Mientras ejerce esta presión debe observar la cara del paciente y preguntar la intensidad de dolor que siente, posteriormente, el médico debe retirar rápidamente la mano que ejercía presión y preguntar al paciente sobre el grado de dolor que siente al realizar ese movimiento. El signo se considera positivo cuando el paciente cambia su expresión facial a una de dolor y refiere más dolor con la descompresión que con la presión ejercida en el abdomen.

Este es un buen ejemplo que cito como cirujano, pero son múltiples los signos que aprendemos durante la carrera con sus respectivos epónimos. Recuerdo ahora que jugábamos entre nosotros retando la capacidad de memoria y el que se aprendiera más signos con su definición ganaba la competencia. Esta era una buena forma de aprendizaje entre los compañeros. Yo tenía dos compañeros de pregrado con una memoria asombrosa, uno de ellos Óscar Sandoval, quien ahora es un gran medico deportólogo y el otro es Joe Muñoz, neurólogo especialista en migraña y además un gran guitarrista, amigos que aún mantengo, aprecio y admiro.

En 1998 empecé mi internado e ingresé a un grupo que ya llevaba 6 meses de trabajo. Este grupo estaba conformado por mis antiguos compañeros con los que había iniciado carrera, me tomaban del pelo porque decían que yo era el interno chiquito y debía hacerles caso, a lo que yo con orgullo les contestaba con alguna vulgaridad y todos reíamos. A veces les decía jefes o “senseis” para responderles a las bromas. El grupo era muy competitivo y teníamos estadísticas del que atendiera más partos, asistiera a más cirugías y realizara diferentes procedimientos, fue una buena forma de motivarnos para aprender aún más.

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