Diario del Huila

El zapatero que quería ser policía

Oct 6, 2021

Diario del Huila Inicio 5 DH Crónica 5 El zapatero que quería ser policía

Diario del Huila, Crónica

Por: Hernán Guillermo Galindo

Aunque Luis Alfonso Cuitiva llegó al oficio por casualidad de la vida da gracias porque le ha permitido salir adelante con la familia, remontando calzado a quien lo pida.

En la carrera 4 con calle 6, diagonal a la Catedral, junto al Palacio de Justicia, en pleno centro de Neiva, se ubica la llamada calle de los zapateros. “La zapatería de la cuarta”, responde cualquier parroquiano, cuando le indagan por el lugar.

En el grupo de escasos cuatro zapateros, instalados sobre el andén, cada uno con su puesto de trabajo que componen un asiento, un cajón y un reguero de herramientas, martillos, tachuelas y puntillas, zapatos de todos los tamaños y colores, debajo de una amplia sombrilla, está Luis Alfonso Cuitiva.

En el sitio lleva 27 años, desde cuando con muchos de sus compañeros fueron desalojados del antiguo Pasaje Camacho tras ser demolido por la Alcaldía para dar pasó a la modernidad y al urbanismo de la ciudad. Se cayó la estructura, pero no las ganas de vivir y el negocio.

Cuitiva Vargas tiene 55 años. Nació en la capital del Huila. Estudió hasta quinto de primaria por exigencias económicas de la familia. “No alcanzó para más”, dice, resignado, mientras con una mano toma el zapato y con la otra inserta los clavos para el arreglo necesario.

De su infancia recuerda que no hubo tiempo para juegos. Fueron 9 hermanos y desde pequeños les tocó aportar a la economía familiar. “Teníamos que ayudar cada día para la comida”, relata, con tranquilidad y sigue en la labor.

El papá, Luis Ernesto, trabajaba como obrero o en oficios. La mamá, Alicia, lavaba y planchaba ropa, tarea que combinaba con cocinar o ayudar en los puestos de comida del antiguo Pasaje Camacho.

“No tuvimos infancia. Desde que tengo uso de razón me tocó trabajar. Pero no nos amargamos por eso. Fue lo que nos tocó y qué se podía hacer”, comenta el hombre que no puede dejar las manos quietas.

A la primera señora la conoció, claro, en el Pasaje Camacho, cada uno con 14 años y 15 años. Se enamoraron y se volaron. Pronto tuvieron dos niños, hombre y mujer. “Gracias a Dios yo les colaboró todavía, aunque ya están adultos. Uno trabaja en Rivera y la hija hace muñecos y yogures, cuenta.

Con la actual señora tiene cuatro hijos. “Me queda el de 17 años que estudia. La mayoría son maestros de construcción. Otra de las hijas trabaja en el cuidado de las uñas, manifiesta.

La zapatería

Con el oficio de las zapaterías se encontró hace poco más de 40 años. Aprendió de un señor Favio que tenía un negocio “en donde nosotros, de niños, cargábamos cajas, agua o hacíamos aseo”.

Y agrega que “don Favio me daba una moneda de 50 centavos por la ayuda, eso era mucha plata. Con ese dinero me comparaba tenis o ropa. Fui aprendiendo y me fue gustando hasta que me quedé en el oficio. Gracias a Dios me ha dado para vivir y sacar adelante a mis hijos”, sostiene, y busca un pegante Bóxer, tras contar que vive en Villa Osorio.

No cree que el trabajo de zapatero esté camino a desaparecer. No es un arte en peligro de extinción, afirma, convencido y serio.

“La gente gracias a Dios, por la situación económica, todavía manda a arreglar los zapatos. Sale trabajito y nos permite tener para comer y vivir”, a la vez que toma el calzado de una dama con la mano bien precisa y lo posa sobre su delantal, lija con soltura y clava algunas tachuelas.

Una remonta vale en promedio $25 mil pesos, pues ya no se hace la media remonta. También sale tarea de costura, el pegue, las tapas en los zapatos de las mujeres. Los remiendos que nos dan el apodo clásico de ‘Zapatero Remendón’, dice y sonríe.

Cuenta que hoy el calzado viene de fábrica, en molde, no como antes que tenían que cortar y armar la suela en cada reparación.

“Vienen enteras, por tallas, como ve”, y muestra una suela completa en caucho. “Ya no las hacen en material, como se decía antes. Todo es prefabricado, con sus consecuencias”, señala.

También han variado los ingresos. Cuando inició se hacía entre 4 o 5 mil pesos, que era buena plata, explica. El poder adquisitivo así mismo era bueno, y reflexiona que “en la actualidad un buen día recibe 40 mil o 50 mil pesos, claro que hay días de sólo 5 mil pesos”.

En el lugar, ubicado casi en la calle, a la intemperie, al sol y al agua, pagan lo de la energía, que mide un contador, “por eso, gracias a Dios no molestan para nada, podemos trabajar”.

Aunque está agradecido con el oficio, Luis Alfonso confiesa que su ilusión era ser policía, por el uniforme y el aprecio de la gente.

Evidentemente es un hombre que cree en Dios, aunque no es de ir a misa, pese a que la iglesia le queda a menos de cien metros.  Pero sí profesa la religión católica, “hay que tener fe en que se puede salir adelante”, comenta este zapatero que sigue dando horma y forma a quien lo pida “y cobrando muy barato”.

Con sus manos Luis Alfonso arregla zapatos.

Tal vez te gustaría leer esto

Abrir chat
1
¿Necesitas ayuda?
Hola, bienvenido(a) al Diario del Huila
¿En qué podemos ayudarte?