Amadeo González Triviño
Somos un país folclórico, tenemos la convicción de que todo se cambia de la noche a la mañana. Que todo ha de llegar como una tempestad y arrasar con todo, como en una avalancha, cuando de una transformación social o de un proyecto político, deportivo o cultural se trata. Pero las cosas no son así. Nunca serán de esta manera, incluso, no lo podrán ser ni frente a un proceso revolucionario, o un proceso democrático, por cuanto, para que ello ocurra, la forma de acabar, de someter o de imponer una voluntad de poder, serán traumáticas, serán dolorosas y contrarias a todo postulado de respeto o de coherencia con la paz o la libertad que tanto se anhela, que tanto se pregona y que es la base de los procesos políticos y sociales a lo largo de la historia de la humanidad.
Es interesante que se escuchen propuestas de transformación de la institucionalidad. Es necesario que, frente a dichos procesos, se llegue concertadamente sin menoscabar derechos y contando sin lugar a dudas, con la circunstancia que para muchos parece desconocerse, es de que nuestro sistema de Estado del Derecho, tiene procesos, tiene controles y que lo que pueda cambiar el Gobierno, no necesariamente implica que los organismos jurisdiccionales vayan a cambiar de la noche a la mañana.
Pero a su vez, es claro y contundente que con mensajes infantilistas no se puede detener la transformación y los cambios que se prometieron en campaña, o que sirvieron de base para renovar una clase política.
Ya lo habíamos sostenido cuando hemos advertido que en esa búsqueda de soluciones inmediatas, de aglomeración de idearios políticos difusos, muchas situaciones complejas y sutiles, se han de dar cita para la solución de los problemas. Pero no olvidemos que las grandes comunidades han abierto un canal de expectativas, y se han generado una serie de ofertas y de proyectos que al parecer, son solo eso, ofertas, proyectos y que de su realización se dista mucho, se dista grandemente y se puede perder el impulso del acompañamiento que ahora se obtuvo, para perder la oportunidad y tener que volver a empezar.
No hemos escuchado la voz del elegido. Son los otros quienes aparecen como voceros, pero no tenemos la certeza de lo que se quiere o de lo que se ha de proyectar desde la cabeza. Es ahí el dilema desde el cual, tenemos o debemos empezar por cuestionar este ejercicio de exigencia entre el Legislativo y el Ejecutivo, que apenas empieza uno y el otro, está a la espera de su asunción al poder.
No somos aves de mal agüero. Queremos sencillamente advertir que los candidatos que ahora han alcanzado sus metas, no pueden seguir repitiendo ese discurso veintijuliero que tanto daño le ha hecho a la democracia, para que una vez en el poder, todo sea un ciclo repetitivo donde las comunidades sufran el engaño, sufran las consecuencias de su decisión y se les relegue al silencio, al desconocimiento y no se les ofrezca una salida a los sueños, a las esperanzas, a los proyectos de cambio que hace doscientos años, llevamos muchos colombianos.
Las redes sociales, los grupos que han perdido la forma de manejar el poder, no se resignan y han de utilizar todo, todos los medios y los mecanismos, para despotricar del elegido, cuando del ejercicio de dicho poder se trata, pues la sinrazón se impone, cuando la razón se vuelve difusa o se torna vaga e imprecisa, como parece suceder en estos momentos.