Diario del Huila

La autoexclusión como mecanismo de defensa en Cartagena de Indias

Oct 20, 2021

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En Cartagena de Indias existen tantas ciudades como habitantes. Como toda urbe, Cartagena alberga realidades e imaginarios que varían de acuerdo al barrio, sector o conjunto residencial. Una cosa es la Cartagena de Olaya Herrera y otra muy distinta la del Socorro o Getsemaní. Ni hablar de las Cartagenas de Bocagrande, Manga o El Laguito. Una cosa es la Cartagena de día y otra la Cartagena de noche. Cada quien decide cuál es la Cartagena de su preferencia. En mi caso particular, me gusta mucho la urbe que se dibuja con las pinceladas de las cinco y treinta de la tarde. No importa el sector en el que me encuentre; esa magia de los arreboles o los crepúsculos se ve mejor desde el Caribe colombiano.

La Amurallada, que no es sino un fragmento de la ciudad, pero que le da el nombre a toda ella, padece de muchos males: dos de ellos son la exclusión y la pobreza. Es común escuchar muchísimos casos de racismo, clasismo, elitismo y discriminación, pero la exclusión es una de las más constantes.

Más grave que la exclusión es la autoexclusión: la invisibilización por voluntad propia. Acá el cartagenero de a pie, ese mismo de las faldas de La Popa, aquellos que habitan de La India Catalina hacia arriba, se autoexcluye por razones económicas, de ideología o de mentalidades; se vuelve invisible. De hecho, muchos afirman que sólo van al Centro Histórico una o dos veces al año, cuando Cartagena es la misma para todo el mundo: en las Fiestas de Independencia y el 24 o 31 de diciembre. El resto del año muchos cartageneros consideran que de la India Catalina hacia abajo la ciudad ya no es la misma y no les pertenece. Hay una frontera invisible, una muralla invisible que no los invita a traspasarla. Lo mismo ocurre con mucha gente que habita barrios como Bocagrande, Crespo o Manga: «Yo no tengo nada que hacer más allá del Caribe Plaza», dicen con cierto tono de supremacía blanca o seudoespañola.

Esa separación es evidente en muchas de las realidades y de las cotidianidades de la ciudad. Los que viven más allá de La India Catalina, salvo contadas excepciones, rara vez participan del Festival de cine, del Hay Festival, del festival de música clásica o incluso de ciertas playas y connotados centros comerciales. Los que viven más acá de La India Catalina rara vez tienen que ver con el Festival del Frito, las fiestas de la Virgen de la Candelaria, las Fiestas de noviembre o los bailes populares del Rey de Rocha. Los de un lado (no todos, por supuesto) creen no merecer ciertas manifestaciones de esa otra ciudad. Los del otro lado sienten cierta vergüenza con lo que denominan de modo peyorativo cultura popular, expresiones de baja cultura o cultura barrial.

Muchos estudiantes me han confesado en un ejercicio de leer la ciudad que es la primera vez que visitan las murallas. Muchachos y muchachas de 17-20 años quienes, pese a haber nacido en Cartagena, no han tenido el lujo de entrar al Castillo San Felipe (el último domingo de cada mes el ingreso es gratuito), al Palacio de la Inquisición o de caminar por encima de las murallas.

Es muy extraño que eso suceda. Y no tiene explicación alguna el hecho de que muchos habitantes de la ciudad sean conscientes de que hay una Cartagena que los rechaza, los excluye, los discrimina y los anula. Ya lo decía el profesor Ricardo Chica: «Todo el mundo quiere a Cartagena, pero Cartagena no quiere a nadie». ¿Cartagena no quiere a sus propios habitantes? ¿Los expulsa hacia los extramuros de la propia muralla? ¿El fenómeno de gentrificación terminará expulsando de manera definitiva a todos los pobres? ¿Dejará de pertenecer Cartagena a los cartageneros? ¿Es verdad que el 80% del Centro Histórico es de turistas extranjeros? ¿Las fronteras invisibles no son solamente entre pandilleros y delincuentes?

Todas estas preguntas nos confirman que en Cartagena existe un mecanismo de defensa llamado la autoexclusión. Es un mecanismo puesto en funcionamiento sobre todo por los cartageneros de los barrios más populares y marginales. ¿A qué se debe esto? He allí la enorme pregunta que tienen que investigar y responder sociólogos, psicólogos y científicos sociales.

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