En la División Mayor del Fútbol Colombiano, entidad que se encarga de velar por el desarrollo del deporte más popular del país, se acostumbraron a vivir entre las polémicas y los escándalos. Durante el 2024 estas han evidenciado su pobre capacidad de gestión y una preocupante carencia de profesionalismo legislativo. Para la entidad, en lugar de priorizar los problemas estructurales que afectan al fútbol nacional como los escándalos de amaños de partidos, o generar fórmulas que incrementen los ingresos para los equipos y sus divisiones inferiores, sus esfuerzos se centran en ejercer sanciones cuestionables y decisiones en contravía del espíritu deportivo.
Un ejemplo claro es la reciente sanción impuesta al técnico del Bucaramanga, Rafael Dudamel, quien fue suspendido y multado tras criticar el dudoso arbitraje del partido contra Boyacá Chicó. Mientras las críticas fundamentadas son penalizadas con dureza por parte de la Dimayor, en este caso atentando contra el derecho de un trabajador por casi 2 meses, los problemas de fondo como la corrupción en el arbitraje se mantienen ocultos e incuestionables.
El caso de Edwin Cardona y la continua persecución contra Atlético Nacional genera aún más dudas sobre la coherencia y las garantías que ofrece la Dimayor. Al jugador le impusieron una sanción por besar el escudo frente a la hinchada rival en el clásico paisa, argumentando provocación. Sin embargo, gestos similares de otros jugadores en equipos distintos no han recibido la misma atención ni penalidad. El periodismo deportivo en lugar de cuestionar, ha sido cómplice de todo esto, pues ha elegido hablar de quien más ‘likes’ les genera omitiendo escándalos que no generan tráfico ni visibilidad.
Este tipo de persecuciones selectivas deteriora la confianza de los hinchas y equipos -a quienes se les debería cuidar y tratar como clientes- sobre la imparcialidad de esta entidad que hoy sostiene una pésima reputación generalizada en la industria.
Otro tema recurrentemente cuestionado es el sospechoso arbitraje y el mal uso del VAR que parece empezar a seguir patrones. Errores inexplicables frente al televidente se repiten fecha tras fecha y, sin embargo, en lugar de implementar programas de capacitación o mejoras tecnológicas, la Dimayor se enfoca en sancionar con multas desproporcionales a sus afiliados, y seguir engordando su bolsillo a costas de afectar el patrimonio ya débil de los equipos a quien su gerencia poco aporta.
El periodismo actual carece de justicia y valentía para alzar la voz. Quienes en el pasado se mostraron irreverentes como Carlos Antonio Vélez hoy prefieren promocionar sus ‘Cav-sulas’ y demás productos digitales, enfocándose en coleccionar ‘likes’ y ‘views’. Alejandro Pino Calad y Jorge Bermúdez son algunas de las pocas voces valientes en el medio que han denunciado las irregularidades y corrupción detrás de muchas decisiones, así como la complicidad de algunos equipos y jugadores. Ambos han pagado un precio alto por ello, obligados a alejarse de los medios en donde trabajaban al hacerlo. Debido a esto, los comunicadores actuales optan por el silencio siendo cómplices del deterioro del fútbol nacional.
El fútbol colombiano merece una dirigencia seria, pero la Dimayor no mejorará mientras los intereses de equipos de dudosa reputación primen sobre el progreso común. Estos clubes priorizan su negocio enterrando problemas estructurales y camuflando sus malas prácticas en situaciones baladíes que generan más rating. Existe una red de intereses oscuros detrás de las decisiones, y solo voces valientes como las de Pino y Bermúdez se atreven a denunciarlo. El resto se silencia, como sucedió con Cardona y Dudamel, perpetuando las injusticias y desviando la atención de los verdaderos problemas.
Con el aroma de un café huilense los saludo,
Santiago Ospina López