Diario del Huila

La hora de la indignidad

Mar 20, 2021

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Por: Amadeo González Triviño

El país no está para revocatoerias de mandato, para golpes de estado y mucho menos para atender la pandemia del COVID-19, frente a la forma como descarnadamente se nos presenta a la opinión pública, la deslegitimación completa del Estado de Derecho y la ausencia total de las políticas hacia la consolidación de un Estado Social de Derecho, como en últimas se llegó a pregonar en la Constitución del 1991, lo cual sigue en deuda con los colombianos.

Es que la realidad de la pasividad y de la permisibilidad que durante más de cien años se ha hecho con la clase política dirigente y con los gobernantes de turno, nos terminan por reducirnos a ser meros espectadores de un desangre de violencia incontenible, de una serie de políticas de improvisación y sobre todo, de silenciarse ante las denuncias que se hacen para refrendar, sostener y reiterar que del presupuesto nacional se pierden cerca de cincuenta billones de pesos anualmente, por los fenómenos de la corrupción.

Esta sintomatología de un Gobierno en sus múltiples facetas, que se ocupa de denunciar internacionalmente a los gobiernos vecinos como Venezuela y Ecuador, y de estar investigando las formas delincuenciales que se cometen o puedan cometerse en esos gobiernos, son suficientes para entender que cuando no somos capaces de solucionar los problemas internos, que cuando no tenemos la capacidad de investigar nuestras propias falencias, tenemos que buscar distractores y evadir la hecatombe que estamos viviendo propiciada por la política, la politiquería, la corrupción, la impunidad, el crimen y todas las formas de violencia que vivimos a diario y que no podemos detener.

Proponer movilizaciones populares, generar pánico entre la población para pregonar la opción de un golpe de estado por dichas protestas, es algo que se sale de tono de la realidad nacional, algo que propicia que los ciudadanos, unos pocos, se enfrenten a las fuerzas que ya conocemos y cuyos resultados ya conocemos y cuya impunidad ya conocemos. Es necesario en torno a todas las formas de inconformidad, saber direccionar nuestra indignación, saber convocar y poder obtener el consenso, sin necesidad de la confrontación que ello implica y que ha de presentarse por la polarización total que vivimos en estos momentos.

Si a todo lo anterior le sumamos el hecho de la falta de previsión de lo previsible, la ausencia total de políticas sanitarias y la forma folclórica como se quiere manejar el tema de la vacuna generalizada de los colombianos, con negocios y procedimientos que aún se desconocen y que no han de alcanzar para los objetivos de sanear el rebaño, como se pregona, es cuando tenemos que entender que es válida y son válidas las opciones de los ciudadanos en mostrarse esquivos con aceptar ser víctimas de una vacuna cuestionada universalmente.

Que se quiera decir que los protocolos y los funcionarios públicos de nuestro gobierno avalan dichos procedimientos y dichas sustancias, contradiciendo la opinión de científicos y de grupos de investigadores y de inmunólogos dedicados a su oficio, es un contrasentido politiquero y de baja estirpe, que realmente no convence más allá que a los ingenuos y a quienes en su azaroso afán por querer confrontar ese gran mal, buscan sin importar, una solución que se dice que es definitiva, pero que nadie puede garantizar que lo sea.

Que se viene una tercera etapa de crecimiento de la epidemia, que vuelven a aparecer personas con síntomas y que no estamos preparado para un recrudecimiento de la misma, como sucede en Europa, es algo a lo que no le hemos puesto cuidado y que debe ser la base de nuestra inconformidad con las políticas estatales adoptadas hasta el momento.

Así de sencillo, el país no tiene entes de control, el país se desmorona institucionalmente y el Congreso de la República se deja engolosinar por políticas para aumentar el periodo para el cual fueron elegidos, o para discutir sobre el porte de armas o sobre el derecho a las cosas más nimias y ridículas a las que nos tienen acostumbrados y el país sigue su marcha y los colombianos han de repetir por siempre ese eterno retorno a las urnas para elegir a quienes saben comerciar con las necesidades humanas, con el hambre transitoria de unos pocos y perpetuarse en el poder. Es hora de indignarnos de verdad.

 

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