Diario del Huila

La torpe prisa de la universidad

Ene 3, 2022

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Soberbio infortunio el de la sociedad que vive en la universidad moderna la esperanza de la realización humana. La universidad de nuestros tiempos se alejó hace muchas décadas del loable propósito de coadyuvar a construir la auténtica realización de la persona desde la consolidación de un conocimiento que le prepare para crecer en su entorno, siempre que éste se dé desde la práctica de la libertad para orientar las motivaciones más íntimas que no siempre están ligadas a la generación de riqueza, a la competitividad en los mercados. La universidad de hoy quiere ir tan rápido en la labor de instrucción como las tecnologías de la información lo hacen y lo obligan. La educación universitaria actual es per se un negocio centrado en producir profesionales en serie; si, como si fuesen pollos industriales o cerdos de ceba. Al diablo con las reflexiones del estudiante que pisa el alma mater en busca de respuestas asociadas con los enigmas de su propio ser interesado en ubicar su auténtico papel en la vida, en el mundo, en el universo.  Ser universitario hoy significa ir tras de la huella imborrable del éxito material, de la compra venta de lo aprendido, la rentabilidad del diploma. Y entonces se erigen profesionales de sólidos conocimientos para la competencia en la economía más absolutamente distanciados de sí mismos, de sus propios valores. Si eres un profesional en música, literatura o arquitectura, serás un fracasado si tus composiciones, poemas o diseños no tienen la aceptación del mercado. Eres un loco si crees que puedes vivir haciendo lo que el mercado no aprueba. Es una trampa infame urdida por el sistema que funda en la economía la realización del ser humano.

Y por ello las universidades invitan a graduarse lo más rápido posible. La desfachatez resplandece en el universo de la mediocridad cuando incluso se otorgan títulos de maestría en tres meses o de doctorado en solo un año. Las víctimas directas de este sistema son justamente los graduados que perdieron desde el mismo primer semestre la noción de libertad para explorar, discernir y disentir de los esquemas formales que impelen la voracidad de ser mejor que el otro.  No debería ser así. Realmente deberíamos ir más despacio, más lento para tomarnos el tiempo de vivir la experiencia de construir conocimiento desde la interacción de mi propio ritmo de particularidad con los sistemas externos, siempre que la meta no sea la generación de la riqueza. La inexorable rentabilidad y productividad han de ser una consecuencia del profesional que ejerce lo aprendido con la certeza de haber llegado a su primera meta: la titulación, pero a partir de una serie de experiencias que lo han nutrido física y espiritualmente. Lo importante no es Ítaca, sino el proceso que llevó a Ulises de regreso a ella. El título, como Ítaca, está allí, vive estático, más las vivencias de los momentos académicos que han llenado en el estudiante los vacíos de su propia búsqueda, la de su íntimo ser, son los que realmente deberían contar para que el sistema entregara a la sociedad profesionales felices, con un potencial mayor capaz de motivar en la sociedad y sus individuos nuevas sensaciones y acciones que tienen a la autodeterminación como el insumo sine qua non de la felicidad humana, en donde el lucro es apenas una consecuencia de la verdadera realización. La sociedad abunda en profesionales exitosos en el campo económico, pero profundamente frustrados en lo que su ser interno les dicta, les clama. La abogada tiene llenas sus cuentas de banco por que gana la mayor parte de sus pleitos; pero en cada alegato de admirable elocuencia, hay una mujer que llora por que desearía estar cantando en el teatro o enseñando a los niños juegos de preescolar. Triste agonía de la sociedad con hombres y mujeres que renuncian a su propia esencia para hacer feliz al malvado y voraz sistema económico.

 

 

 

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