Por: José Eliseo Baicué Peña
No es un secreto que el sector de la educación superior está atravesando una crisis presupuestal y de oferta académica sin precedentes. Situación que ha obligado a repensar estos aspectos en medio de un entorno caracterizado por la incertidumbre y el imperio tecnológico del momento.
En este sentido, las universidades deberán preparse para enfrentar una serie de retos que ya están presentes y que amenazan con afectar todo lo que no se modernice y esté acorde con los nuevos cambios globales.
En primer lugar, tendrá que invertir en disminuir la brecha tecnológica existente entre las instituciones y sus públicos, teniendo en cuenta los niveles de acceso y también las destrezas para ello. Y, claro, también deberá solucionar el problema de un buen porcentaje de docentes reacios al aprendizaje de las nuevas tecnologías. En este campo, será necesario articular la inteligencia artificial, el internet de las cosas y el uso de software que faciliten el aprendizaje y su aplicación inmediata simulando el ejercicio profesional en todas las áreas del conocimiento. Es decir, la Cuarta Revolución Industrial al servicio de la educación, la investigación y la tecnología.
Si bien la pandemia del covid-19 obligó a convertir los hogares y oficinas en escenarios de formación virtual, el mundo avanza hacia ese modelo. Por lo tanto, las universidades deberán adaptar la formación virtual, implementar plataformas LMS, big data, así como profesionales tutores preparados para esto. Los expertos sostienen que este modelo llegó para quedarse y proyectarse a niveles insospechados.
La reducción de los costos académicos o, por los menos, su optimización, se convierte, también, en una urgente prioridad de atender. No hay que olvidar, que sumado a esta crisis presupuestal, los gobiernos de los últimos años han disminuido los recursos para financiar estos gastos.
Del mismo modo, deberá atender la demanda de los nuevos estudiantes que están exigiendo no solo una educación innovadora, en donde el salón y la palabra sean los únicos elementos, sino también, una formación pertinente que responda a las necesidades del mercado laboral; y, para ello, deberá haber una continua y dialogante con empresarios y sector científico que permita unificar ofertas específicas, pero, también globales.
La universidad debe comenzar ya a generar valor agregado de tal menara que se vea como un foco de luz de conocimiento que atraiga a los estudiantes para que se consolide como un verdadero motor que dinamice los procesos de crecimiento y desarrollo de la sociedad donde se inserta. Hacia ese horizonte deberá dirigirse la universidad del futuro.
