Annys Martínez llegó hace casi 3 años a Neiva, huyendo de la crisis en Venezuela. Se instaló en el Parque Santander en jornadas de domingo a lunes, que inician a las 5 y 30 de la mañana.
Annys Martínez, tiene 38 años y 5 hijos. Tres viven con ella y el esposo, Abel Antonio, en Neiva, en el barrio El Triángulo. Dos hijas mayores quedaron en Venezuela, de donde salió ‘corriendo’ hace casi tres años cansada de la crisis social y económica, “especialmente necesitada de alimentación, de comer”.
Ríe de buena gana cuando le digo que es la mujer sin tocayo. Y responde que no sabe bien por qué el nombre, aunque especula que es una combinación de varios de familiares. Pero le gusta y tanto que cada que nace una mujer en su propia familia lleva ese mismo nombre, cuenta, y vuelve a reír.
Desplazada por la crisis
Se vino del estado Sucre donde trabajaba en una charcutería, venta de embutidos y quesos. Allí laboró 16 años. Y es que desde muy pequeña le tocó batallar en la vida, buscarse el sustento diario, como hoy, por eso, cursó solamente hasta noveno grado de primaria.
Llegó directamente a la capital del Huila donde la recibió una compatriota, una prima, que está residenciada en la ciudad hace cinco años. “Uno tiene que buscar al familiar o al conocido para no quedar a la deriva como les pasa a muchos venezolanos que se vienen”, expresa.
Confiesa que le dio mucha tristeza dejar su casa, su familia y a su país. Inicialmente se desplazó sola y cuatro meses después regresó a traer los hijos menores, que ahora estudian.
Se ocupó en un restaurante donde la pusieron a lavar pisos y hacer varias faenas excesivas. Cansada y aburrida de la casi explotación, vuelve a reír, renunció y decidió abrirse camino sola, se dedicó a vender tintos.
Desde el primer día se instaló en el Parque Santander, junto a la estatua del prócer de la independencia, Francisco de Paula, (qué paradoja), y frente a la Asamblea Departamental, recinto de la democracia del Huila. En ese mismo sitio y punto lleva dos años y medio. Sin fallar un día.
“Empecé con dos termitos y me ha ido bien, gracias a Dios, pero el primer día fue duro”, afirma sonriendo. Recuerda con cariño que en esa primera jornada vendió solamente medio termo. Volvió al hogar con tres mil pesos.
“Claro, nadie me conocía ni me buscaba. Era el comienzo. Pero ahora, gracias a Dios, voy mejor. De domingo a lunes el mismo cuento. Me vengo caminando con el carrito y los productos de venta, a las 5 y 30 de la mañana. En el camino voy ofreciendo y llego después de las 7 y 30. Trabajo y me devuelvo a la una de la tarde para atender a los niños y preparar el nuevo día”, manifiesta Annys.
De vuelta otra vez caminado, tras vender 11 termos de tinto, café en leche y aromática. Los dos últimos son novedad pues en Venezuela no son de consumo corriente. “Allá se vende tinto nada más”, explica. En una buena jornada vende, aproximadamente 45 mil pesos, y así dependiendo de lo regular que le vaya.
La gente la conoce como ‘Victoria’ después de que una señora que la vio en el Parque se puso a llorar desconsolada. “Decía que yo me parecía mucho a una hija que había fallecido, llamada Victoria. Desde entonces viene, me compra y me apoya, le doy gracias a ella. Y ‘Victoria’ me quedé para todos”.
Cada que sale de la casa se encomienda a Dios, es muy creyente, “porque lo mucho o poquito que me ofrezca es bendecido…desde que uno lleve comidita a la casa…”
Cuenta que los neivanos la han tratado bien, no ha sentido ninguna discriminación ni abuso por su nacionalidad y por lo que han hecho compatriotas, aunque inicialmente estuvo asustada.
“Personas muy queridas, amables, generosas, pese a que entiendo que muchos venezolanos que han venido la han embarrado. Por eso, pido a las autoridades colombianas que a los bandidos no los regresen porque allá los sueltan y vuelven a lo mismo por acá. Que paguen sus fechorías en cárceles de aquí”, se lamenta.
Trabajadora y humilde, Annys, mujer bonita, piel trigueña, de apariencia aseada, siempre bien presentada, de maquillaje suave, y gorra para protegerse del sol, asegura buen trato y respeto a cada uno de los clientes.
Gracias a Dios
Sueña con tener su propio local, al que ya le tiene nombre: La voluntad de Dios, para ofrecer, claro, tinto, aromática, pasteles y algunas galguerías de su pueblo.
Con buena risa cuenta que se entretiene en todo y se burla de todo, “de todo lo que me cuenten, soy muy alegre y sociable”, señala, tras destacar que extraña muchas cosas de su tierra, aunque Neiva la ha tratado muy bien y le parece una ciudad muy bonita.
Lo único que pide a la Alcaldía es que los dejen trabajar, que muchos como ella deben llevar un plato de comida a la casa, “que saquen a los viciosos, a los que dañan el Parque, a los maleantes, pero no a los trabajadores…mire ahí ya llegaron (funcionarios de espacio público), afirma, y se despide, siempre sonriendo…