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Miguel Ordóñez recibe el nuevo año trabajando

Dic 31, 2021

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Diario del Huila, Crónica

Por: Hernán Guillermo Galindo M

Al vigilante de la Registraduría le correspondió el turno de medianoche del 31 de diciembre. No se queja ni se preocupa pues es la quinta ocasión que pasará la fecha fuera de casa, “por razón del servicio y el oficio”.

Mientras la mayoría de las personas estarán reunidas en familia, compartiendo una cena, bailando o brindando para despedir el año viejo y recibir el 2022, otras vivirán una noche normal de trabajo, igual que cualquiera otra jornada laboral anual, ajenos a las celebraciones

Algunos neivanos pasarán las 12 de la noche prestando servicios en escenarios de salud, emergencias, policiales, atendiendo a quienes festejan o cuidando edificaciones privadas o públicas. Tienen turnos laborales que cumplir y ejercen funciones necesarias para la sociedad. Ellos ‘camellan’ mientras los demás gozamos recibiendo el año nuevo.

Es el caso de Miguel Ordóñez Salazar, vigilante de la Oficina de la Delegación Departamental de la Registraduría, con sede en el tercer piso del edificio de Bancolombia, en el Parque Santander de Neiva, quien contó a Diario del Huila cómo pasará la medianoche en su puesto de trabajo, lejos de la familia en una fecha tan especial.

La tarea, como “guardia de seguridad”, es cuidar que se cumplan las normas de seguridad dentro del lugar, que nada anormal suceda, “proteger unos bienes públicos y documentos tan importantes para la ciudadanía”.

La soledad del vigilante

Miguel, de 59 años, nació en Timaná. Actualmente comparte con Marta Moya, su segunda esposa. Tiene cuatro hijos del primer matrimonio: Claudia, Luisa Fernanda, Luz Miryan y José Miguel.

El bachillerato lo terminó en Neiva, en el nocturno José María Rojas Garrido, y la primaria la cursó en la Concentración El Tejar, en zona rural de su municipio. “Me hubiera gustado ser agrónomo, pero me casé casi a los 19 años y ella tenía 16 y medio. Entonces me vine a terminar estudios y a trabajar”.

Al oficio actual llegó casi que por casualidad, comenta. Inició en labores de obra y cimentación hasta que tuvo oportunidad de ser vigilante de construcciones como el Centro de Convenciones José Eustasio Rivera. Con el tiempo ingresó a una empresa de vigilancia, Surcolombiana, sin haber prestado servicio militar. No es una exigencia.

Y pasó el tiempo. Ya cumplió 17 años en la celaduría, faena que le gusta desempeñar “con responsabilidad” y por el contacto con la gente, pues también le atañe orientar a las personas que llegan a la Registraduría en jornada diurna.

Miguelito, como le dicen de cariño, un hombre tranquilo, humilde y ‘bonachón’, que tiene como hobby los gallos de pelea, no está preocupado, ni se queja por no poder pasar la fiesta en familia. Al fin y al cabo será la quinta ocasión por razones del servicio.

“Es normal, es una misión y obligación que cumplir con la empresa de vigilancia, los compañeros y la Delegación. No más el año pasado también me tocó el turno que se define por programación. Nuevamente me correspondió a mí. Son 12 horas. De 6 de la mañana a 6 de la tarde”, afirma, despreocupado.

Con la experiencia adquirida tiene claro qué hacer en la soledad del momento de las 12 de la noche y recibir el nuevo año.

“Haré una oración dando infinitas gracias a Dios y a la Virgen por los favores de la etapa de vida que queda atrás, por el trabajo, la salud y la familia. Y les pediré nos protejan y ayuden en 2022. Luego, seguir el turno”, señala, con devoción, tras destacar que es un ser muy católico y creyente.

Asegura que no le da nostalgia ni siente envidia de las personas que celebran la festividad. Relata que los hijos lo llaman a desearle lo mejor, pone música en el televisor interno y se alegra de que haya otras personas gozando.

“Entiendo que al otro día me encontraré de nuevo con la familia y amigos y agradezco haber disfrutado en otras oportunidades. Esta vez no se pudo por simple casualidad, por nada más ni por mala suerte”.

Cuando regrese a casa saludará a quienes estén despiertos, familiares o conocidos del barrio, en el sur de la ciudad, damnificado por la reciente ola invernal, que les costó perder muchos enseres.

Miguel, ¿vale la pena sacrificar estos momentos familiares? “Sí, claro, aunque no es un sacrificio, es por el trabajo, la responsabilidad y por conseguir el sustento para la familia”, responde, de buena manera.

Y se despide con un mensaje para los lectores, pleno de aprecio y fraternidad:

“Disfruten con la familia, con la gente que aprecian, valoren este espacio especial de unión y diversión que nos ha dado Dios y la Virgen. Les deseo tengan un nuevo año lleno de felicidad, paz y salud”.

Miguel no ve lo que hace como un sacrificio sino como una gran responsabilidad.

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