Por: Luis Alfonso Albarracín Palomino
En otrora, me fascinaba salir de noche con mi familia, a degustar en un restaurante o sitio de diversión en la ciudad de Neiva, lo cual le generaba grandes alegrías a mi núcleo familiar, sobre todo, por la integración y la celebración de unos cumpleaños de uno de mis allegados o de un amigo cercano. Comprendo que cuando van pasando los años, nos volvemos hogareños y dichas satisfacciones las compartimos en casa. Como buen observador y analista económico del quehacer cotidiano, he notado durante los últimos meses un panorama diferente en la vida nocturna de Neiva. Y lo digo, porque cuando salgo con mi esposa Amparo o con un familiar, noto que ya no se puede permanecer después de las 10 de la noche en un restaurante o gastro bar de esta localidad.
De manera respetuosa, los propietarios o los meseros nos informan que después de la hora mencionada anteriormente, no se seguirá prestando servicio, lo cual nos obliga a retirarnos. A mi mente, llegan los recuerdos, cuando salíamos de discoteca a altas horas de la noche, a degustar un plato de comida y encontrábamos abiertos restaurantes o ventas de comida rápida, permitiéndonos satisfacer esta necesidad fisiológica. Pero ahora es muy difícil. La ciudad parece desierta e inclusive ausente de circulación automotor en algunos sectores. Aunque jamás en mi vida he tomado, ni he probado una bebida alcohólica, aunque parezca mentira para mis amigos, lo hago por principios desde la adolescencia, me puse a indagar sobre las causas de este fenómeno económico que se esta presentando en Neiva. Me he hecho una pregunta: ¿Por qué está desapareciendo la vida nocturna en la ciudad?
Con mis estudiantes en las aulas universitarias, con algunos propietarios de los restaurantes y gastrobares, discotecas, con taxistas, trabajadores temporales que han sido alumnos, y con otras personas particulares, más del 80% coinciden que obedecen a factores de inseguridad, falta de ingresos, y al temor de esta soledad en la ciudad; no son propicias las condiciones para volver a dinamizar estas actividades lúdicas como lo hacíamos antes, y que me recuerda lo que afirmaban mis ancestros y la letra de una canción que no recuerdo su nombre, “Yo también tuve 20 años y un corazón vagabundo”.
El pasado viernes tuve la oportunidad de compartir con mi hija menor Paola Andrea Albarracín González el grado que le confirió la Universidad Navarra de esta ciudad como Administradora de Empresas, en un afamado restaurante de esta ciudad. Y sucedió lo que he venido planteando. A las 10 PM terminó el servicio. Quedamos iniciados. Nos tocó regresar a nuestros hogares y como cosa curiosa, me atreví con mi esposa Amparo a recorrer la ciudad en mi vehículo, y pude constatar que se encontraba semi desierta. Inclusive buscamos otro lugar, y los pocos abiertos, estaban casi vacíos. En dicho recorrido, no encontré una patrulla policial, ni retenes, pero si algunas motos que circulaban sin placas. Que miedo.