Diario del Huila

Obras civiles sin voluntad técnica

Nov 8, 2021

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Me pregunto cómo es que los agrimensores de hace siglos siguen igualando a topógrafos modernos que disfrutan de estaciones de alta precisión. De hecho, surge la pregunta cómo hace 5.000 años faraones, arquitectos, maestros de obra y obreros movieron las colosales piezas de piedra para dar las formas perfectas a las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos, mientras que la tecnología moderna aún no descifra el camino para igualar tan excepcional reto. En este mismo sentido surge el interrogante de por qué razón los ingenieros de obras civiles, calculistas y diseñadores de mediados del siglo XIX en Colombia y lo que vino después hasta la primera mitad del siglo XX, pudieron diseñar y construir obras que han resistido recias pruebas de la naturaleza y el trajín del hombre, mientras que los constructores modernos del siglo XXI presentes en nuestro país, avergüenzan la profesión cuando sus obras se desploman sin excusa alguna, sobre todo en un siglo que bien podría ser el de las luces para la ingeniería, pues tienen a su alcance la mayor tecnología de todos los tiempos.   Me decía recientemente mi amigo y Geólogo Isauro Trujillo Vásquez, que hoy en día los terrenos sobre los que se construye pueden ser objeto de toda clase de diagnósticos, exámenes y análisis, tal y como se le hace al cuerpo humano. Medir la profundidad, textura, corrientes de agua, exposición a la sismicidad, concentración de rocas, fluidos de combustibles fósiles, etc.  De hecho, se dispone incluso de satélites en órbita terrestre que ayudan a mejorar los diagnósticos.  A estos se suma la generosidad en la asignación de los recursos financieros, económicos técnicos y logísticos, todo lo cual debería dar como resultado obras perfectas o al menos, fiables para su puesta al servicio; pero esto tristemente no ocurre, expresamente en Colombia.

Carlos Sanclemente en publicación de la Revista Credencial nos cuenta que desde mediados del siglo XIX nació la ingeniería colombiana en las aulas del Colegio Militar, creado por iniciativa del general Tomás Cipriano de Mosquera para formar los oficiales del Estado Mayor y los ingenieros civiles, a la manera de los institutos franceses de la era napoleónica. Surgió entonces el primer ferrocarril, a solo 18 años de su iniciación en Europa, con la construcción del cruce del istmo de Panamá por un concesionario extranjero. Pero bien pronto los egresados del Colegio Militar estimularon el interés de los mandatarios regionales por la promoción de líneas férreas, inicialmente orientadas a desembotellar el país mediante los enlaces con los puertos marítimos y el río Magdalena. Era el despertar de un territorio encerrado entre agrestes montañas, que doblegaba una naturaleza hostil. Así se explica que nuestros ferrocarriles fueran concebidos en trocha angosta, con fuertes pendientes y estrecha curvatura.  Pues bien, renglones adelante, dice Sanclemente, que desde la década de los años veinte se promovió la rectificación del río Magdalena y la apertura de las Bocas de Ceniza para realizar el puerto de Barranquilla, que complementara las facilidades de Cartagena, Santa Marta y Buenaventura, simultáneamente expedidas para habilitar el desarrollo del comercio internacional. Por esa misma época se inició el transporte aéreo, en que Colombia figuró como pionera de América. Este proceso de la ingeniería de obras públicas inició su diversificación en la década de los años cuarenta con las primeras centrales hidroeléctricas, construidas en los saltos de Guadalupe y Tequendama, además de las obras sanitarias de las ciudades principales y las irrigaciones en los llanos del Tolima. Entonces penetró la técnica extranjera y se produjo la especialización profesional de los ingenieros colombianos.

Las letras de Sanclemente nos dejan suficiente sensibilidad para exaltar a esos ingenieros precursores y sus posteriores herederos de tan extraordinaria profesión en el país.  Y por eso da mucha tristeza escuchar los fracasos de la ingeniería civil de los últimos 15 o 10 años, justo cuando todo debería salir mucho mejor que en el pasado. El diario de El Tiempo en el mes de junio de 2018 compartía las 7 obras de infraestructura que han salido mal en Colombia, destacando dentro de estas al proyecto de Hidroituango que entonces completaba más de un mes en emergencia. Todo comenzó el 28 de abril de ese año cuando uno de los túneles de desviación se taponó debido a un derrumbe. 17 municipios cercanos a la zona entraron en alerta de evacuación y permanecieron en vilo ante los riesgos del proyecto; y hoy, más de 3 años después del episodio,  ni siquiera se sabe cuándo podrá entrar en operación la tan esperada generadora de energía hidroeléctrica. En otro fracaso, el colapso del edificio Space se produjo la noche del 12 de octubre de 2013 cuando la torre 6 de dicha edificación, que hacía parte de un conjunto de apartamentos, se derrumbó en Medellín, Colombia, donde 12 personas fallecieron. En la misma ciudad fue necesario derribar el edificio Bernavento para evitar catástrofes mayores.

No necesitamos entrar en el detalle de tantas otras obras fracasadas, pero si aterrizar en Neiva y presenciar la obra del estadio Guillermo Plazas Alcid que sin ni siquiera haber terminado las graderías, ya se vinieron al piso con nefastos efectos. Es una obra fallida cuyo cadáver todavía asusta a aficionados del futbol y moradores que pasan por su deslucido pasillo al frente del Batallón de Servicios No 9.  Y ojo, no se nos olvide que desde recién llenado el embalse de El Quimbo, existen constantes informaciones de una temible filtración en uno de los muros de contención más importantes de la presa.

Lo que uno logra ver como causa de tanto desacierto, además de la cacareada e irrebatible corrupción, es la falta de voluntad técnica de los constructores que no se caracterizan por honrar el diploma que obtuvieron y proceder con responsabilidad, juicio científico y técnico y por, sobre todo, con la mayor honradez que la comunidad y el país merecen.

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