Diario del Huila

Parábola del fariseo y el publicano

Oct 22, 2022

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La columna de Toño

Por P. Toño Parra Segura – padremanuelantonio@hotmail.com

Hasta aquí el Señor había venido hablando a los “discípulos” (17, 22; 18, 1).

Ahora dice esta parábola a “ciertos individuos que estaban persuadidos de ser justos y despreciaban a los demás”. Tales eran las características de los fariseos (16, 15) pero entendamos que lo que aquí les dice a ellos, lo dice también a todos los que se le asemejan en el orgullo y presunción en todo tiempo. Este cambio de auditorio implica un cambio de tema. No es ya un tema escatológico, ni es tampoco un tema de oración, como en la parábola anterior, porque si bien estos dos personajes suben al templo a “orar”, esa oración se considera aquí en cuanto sirve para poner de manifiesto el orgullo del fariseo y la humildad del publicano. “Dos hombres subieron al templo a orar”, se entendía en sentido propio, material, cuando el sitio del templo se levantaba realmente sobre el resto de la ciudad, en la cima del Monte Moriah, dominando las colinas de Sion. Pero esa topografía había sufrido ya en tiempos de Jesús notables modificaciones y la frase “subir al templo” se conservaba como consagrada por el uso en un sentido simbólico y ritual, más bien que en el primitivo sentido  material.

Los Israelitas devotos “subían al templo” no solo para las oraciones púbicas a la hora del sacrificio matutino y vespertino, sino también en otras horas para orar privadamente, como podemos pensar que sucedió en el caso presente en que solo se habla de la oración de estos dos individuos particulares. Las dos actitudes que constituyen el fondo esencial de la escena de la parábola, el orgullo y la humildad, están representadas por los dos protagonistas perfectamente caracterizados, cada uno en su papel respectivo: el Fariseo y el Publicano.

Los fariseos eran “los que se hacían pasar por justos delante de los hombres, pero eso a los ojos de Dios era una abominación” (16, 15) “ayunaban dos veces por semana” cuando la ley mandaba un ayuno por todo el  año, se desfiguraban el rostro y pagaban el diezmo de la yerbabuena, de la ruda y de todas las legumbres caseras”.

La soberbia y la jactancia del fariseo contrasta con la actitud del publicano que estaba lejos, “ni siquiera osaba levantar los ojos” y su oración: “Señor, ten misericordia de mí, que soy un pecador” –Brevísima oración, pero magnífica.

Aprender a orar, es un regalo de Dios que se lo da al que es humilde y no es jactancioso. A veces hasta los mismos puestos en la Iglesia tienen este peligro de creerse mejores que los demás y no lo disimulan.

Recordemos lo que dice el Señor: “Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt. 5, 20).

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