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‘Pigoanza’, personaje callejero de mil aventuras

Sep 30, 2021

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DIARIO DEL HUILA, CRÓNICA

Por: Hernán Guillermo Galindo

Empujado por las circunstancias de la vida que le tocó, Jesús Orlando Ospina Aguirre consumió drogas durante 34 años. Cuenta su historia en el centro de Neiva.

Las personas consumen drogas por diversas razones. Para experimentar sensaciones, por presión de compañeros, moda, etc. Jesús Orlando Ospina Aguirre inició como salida al sufrimiento emocional producto de las circunstancias difíciles que le tocó vivir.

Es lo que se puede concluir después de escuchar la historia de este hombre de 54 años -aparenta muchos más- dañado en la mente, el cerebro y el cuerpo por el vicio, pero en la actualidad lleno de ganas de vivir.

Sin familia ni afecto

Nació en Herveo, municipio del Tolima ubicado en la frontera con Caldas, lo que explica su dejo paisa al hablar, que sale de una boca casi sin dentadura y con las pocas piezas que quedan dañadas por los estupefacientes.

“Cuando tenía dos años, llegamos a Neiva con mi mamá, María Zobeida, huyendo de la violencia, desplazados del campo y del maltrato en el hogar. Ella se puso a trabajar en oficios varios, lavando ropa, en restaurantes, casas, rebuscando la vida…”

Llegaron con un hermano, también menor de edad, Asdrúbal, que ‘hoy’ se llama Fernando.

“Por desorganizados, un día nos perdimos en un viaje en tren camino a Villavieja. Lo volví a ver cuando tenía 27 años. Lo había adoptado una familia, pero luego se pasó a malos pasos. No lo acepté porque venía de vínculos con la guerrilla, fue escolta del comandante Marcos Chalita. Creo que terminó como indigente, lo cogió la droga y la delincuencia…”

Por hechos como los contados, Jesús Orlando, que estudió hasta quinto de primera en La Valvanera y el Inem, se califica de “perrito zafador, me zafaba de todo mundo”. Es así como medio recuerda, en su laberinto, que a los 4 años se perdió por primera vez:

“Me recogió la Cruz Roja y me ingresó a la Casa del Niño. Al Albergue Infantil de los Liévano, a los 7 años, pero volví pronto a la calle”.

Se volvió ‘gamín’. Vendía cigarrillos, revendía entradas a las películas…fue cuando empezó a robar ‘baratijas’ en la calle.

Vivía debajo de unos árboles, detrás de la gobernación, del Instituto de Cultura. Trabajaba en la Plaza de San Pedro de donde se fue con un chofer de Flota Magdalena, quien lo crío y ayudó un tiempo, hasta que se aburrió y vuelta a deambular.

“A los 14 años comencé el consumo de marihuana y bazuco, de licor muy poco… No tenía familia, no tenía nada, un padrastro que no me quería, pero como tenía mí droga me largue para la calle, para evitar problemas. Viví así más de 33 años”, resume.

Cuenta que a los 17 años fue reclutado para prestar servicio militar. Estuvo 23 meses en municipios del Caquetá, como San Vicente, Doncello, donde el orden público y la guerra eran más terrible que hoy. Por lo “fregado que era todo” no continuó. Hoy, se lamenta que no le sirvió ni para un contrato de vigilante o de “matón”.

En el Ejército dejo un tiempo el vicio, sin embargo, cuando salió regresó a las andanzas. Para subsistir, trabajaba en la galería y se dedicó a invadir tierras en el sur de la ciudad, más allá de San Martín, Ventilado y Diego de Ospina…

Pigoanza, como muchos lo conocen porque dormía en el exterior del teatro, confiesa que ha estado en la cárcel por casos de lesiones, expender drogas y “una vez me incriminaron por un cargamento, como jíbaro, y pagué unos años”.

Estuvo en el Valle, en varios municipios, como Candelaria, donde se casó con Ingrid Delgado. Ya no son pareja. “He tenido varias mujeres, hijastros, pero no tengo hijos, y no porque no haya podido”, aclara.

A parte de sobrevivir décadas a ‘meter vicio’ también lo ha hecho de otras situaciones. Recién tuvo un paro cardiaco, luego un derrame cerebral, en dos accidentes se partió las dos piernas y, para completar, es medio ciego.

Consumo y rehabilitación

Habla de rehabilitación con tranquilidad. “Yo sabía y entendía mi problema de consumo. Haberme salido de la casa, la pobreza, la soledad, sin familia, a mi papá lo conocí después de 18 años…se llama…jummmm”.

Estuvo joven en Prometeo en Bogotá, pero no aceptó porque sintió que buscaban era sacarle plata a la mamá. Tuvo un sosiego en la cárcel Las Colonias, en Acacías, Meta, donde se ocupó de trabajos agropecuarios.

“Pero no era ni es fácil reintegrarse a la sociedad porque la gente discrimina al drogadicto, les da desespero, temor, que es vicioso, que va a robar. El vicio es un acusatorio”, afirma.

Pese a las adversidades y después de sentir la muerte pisándole los talones, lucha por cambiar su destino. En la pandemia mucha gente lo apoyó, le regaló ropa y pudo con unos pesos tener una venta callejera de medias y empezó el revoleo en el Banco, “con tan mala suerte que le metieron candela unos guaches”.

Hoy, sueña con un plantecito para iniciar una nueva actividad independiente en el día, “porque a las 7 de la noche, todos los días, estoy en mi pieza en El Trébol donde tengo mis cositas, que pago con monedas de la caridad y propinas”.

Destacado

Las personas consumen drogas por diversas razones. Para experimentar sensaciones, por presión de compañeros, moda, etc. Jesús Orlando Ospina Aguirre inició como salida al sufrimiento emocional producto de las circunstancias difíciles que le tocó vivir.

Jesús Orlando Ospina

Jesús con su historia de vida se define como un sobreviviente que quiere cambiar.

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