Por: Gerardo Aldana García
En el Huila vienen apareciendo atractivos para el turismo generados desde la creatividad para el aprovechamiento del paisaje y el entorno; en algunos casos también de la cultura local mediante expresiones como la artesanía, no así de otras de tanto valor como la danza, la poesía y la música (esta última es más frecuente en ofertas en San Agustín). Las inversiones producto del gran esfuerzo de los empresarios turísticos llevan a que el turista acceda a servicios que luego de su permanencia en el lugar, serán calificados por este último, bien sea en plataformas virtuales o a través del muy sonado: voz a voz. Ciertamente los precios a los que se enfrenta el turista al momento de tomar su decisión de viaje lo llevan a considerar en Huila costos en algunos establecimientos como Betel o La Mano en el municipio de Gigante, que fácilmente pueden llegar a sumas de entre $1.150.000. y $1.437.000, por pareja, respectivamente, tratándose bien de una noche de alojamiento o un pasadía. En realidad, son precios que de entrada sugieren la inexorable clasificación de un mercado con un nicho de personas de altos ingresos; es decir, no están aptos para un simple asalariado. Y ciertamente que establecimientos como estos mantienen una demanda importante, es decir, efectivamente tienen mercado. Como los dos ejemplos, se encuentran en lugares como San Agustín hoteles de mucha calidad como El Monasterio en donde el alojamiento por noche pareja puede costar alrededor de $410.000; sin duda, un precio muy asequible para la clase media en adelante. Como este último caso, hay muchísimos establecimientos con precios por el estilo, con reconocida calidad y trayectoria en el mercado.
El tema es que, el empresario del turismo que nace con una propuesta verdaderamente innovadora como oferta para el mercado y que en poco tiempo logra un crecimiento notable de compradores, debe esforzarse no solo por mantener lo que actualmente oferta sino mejorarlo cada día a fin de acrecer el goodwill logrado hasta el momento. Suele ocurrir que turistas del establecimiento, bien sea mirador, restaurante u hotel, luego de haber pagado una suma importante por el servicio, se van desencantados porque lo ofertado resultó ser muy diferente a lo que esperaban, al punto de encontrarlo muy costoso y no digno de recomendarlo; por el contrario, los comentarios malos que una persona insatisfecha reproduce los suele hacer al menos a otras 10, entre tanto que la que se fue satisfecha apenas lo cuenta a 4 personas. Es común la pregunta al turista: ¿usted visitaría nuevamente este lugar?; sin duda, una pregunta ácida que puede llevar a respuestas negativas cuyos efectos en el mediano plazo pueden traer funestas consecuencias económicas al negocio al padecer la baja sensible de afluencia de clientes al establecimiento.
Por ello, está muy bien que los empresarios del turismo inviertan en el territorio y que lo hagan con infraestructuras y servicios de calidad y seguridad que se traduzcan en clientes satisfechos. Pero no caigan en lo que puede ser la trampa de los mega precios que, en un comienzo por la novedad pueden ser pagados por el turista y luego verse en la necesidad de bajarlos a rangos verdaderamente inexplicables que pueden perfilar perdidas sensibles. Y es que alrededor de los establecimientos que atraen turismo como el caso de La Mano en Gigante, aparecen muchos otros emprendimientos de alojamiento en donde el empresario ha construido habitaciones modestas, por cierto muy pequeñas, con poca ventilación y camas no acordes a la norma técnica sectorial para alojamiento, y solo por el hecho de estar junto al gran atractivo que cobra sumas cuantiosas por sus servicios, el pequeño empresario dispara igualmente el valor de su oferta y claro, el cliente lo paga, pero jamás vuelve, y lejos de recomendar el establecimiento, lo denigra.
