Diario del Huila

Sí hay vida después de la cruel guerra

Mar 20, 2021

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DIARIO DEL HUILA, CRÓNICA

Por: Hernán Galindo    

Emociona, pone los pelos de punta, escuchar al soldado Arnoe Oliva contar con tranquilidad, sin asomo de furia u odio, cómo le cambió la vida la mutilación de sus dos piernas, tras caer en un campo minado en labores de patrullaje, además de sufrir otras consecuencias físicas. Curioso, ninguna secuela psicológica, según afirma.

El relato lo hace con desprendimiento, pausadamente, en un pequeño puesto provisional de la Fundación Héroes al Andar, situado en un rincón del primer piso del Centro Comercial Santa Lucía, acompañado de otro militar, Déver Galván, ambos de Nechí, Antioquia.

Fatídico 2004

En realidad, se conocen desde la infancia, vivieron en el mismo barrio, estudiaron en el colegio y se presentaron al tiempo en el Ejército, desde entonces han sido amigos, en la buena y en la mala. Déver fue quien lo invitó a trabajar en la Fundación, sin ánimo de lucro, que vende objetos militares, gorras, cantimploras, navajas, manillas, todos muy atractivos para la gente, que muy seguramente desconoce la violencia salvaje de la guerra.

La misma que sí conocen en carne propia los uniformados. Arnoe hace memoria sin dificultad y cuenta con acento paisa: “Yo caí en la mina en octubre de 2004, cuando hacía patrullaje contra guerrilla en Montería, Córdoba. Y él, en diciembre, en Carepa, Urabá”. Ambos sufrieron amputaciones de miembros inferiores.

Arnoe perdió la pierna derecha, cuatro centímetros debajo de la rodilla. Y también, la izquierda, por encima de rodilla, pues le cortaron la cabeza del fémur. Además, le partieron la pelvis. Su ‘parce’ sufrió el corte de parte de la pierna derecha, debajo de la orilla.

En Colombia, grupos al margen de la ley han usado las minas antipersona, con una elaboración compleja, buscando generar el mayor daño posible. Además de explosivos, suelen colocar material en descomposición, como excrementos, acompañado de metralla, puntillas, grapas o vidrios que se incrustan en el cuerpo de la víctima.

El uniformado continúa el relato de su experiencia “que en principio no es dolorosa, lo mata a uno es moral y psicológicamente. Lo físico es después”, con las cirugías, tratamiento y el proceso de recuperación. Arnoe estuvo seis meses hospitalizado y ha recibido 36 cirugías. Todas con anestesia general. Sufre de insomnio, que no atribuye a pesadillas o recuerdos traumáticos, sino a la cantidad de químicos y medicinas que ha recibido su cuerpo. “El sueño se te envolata, pero ahí vamos”.

No tiene ira ni odio por nadie. “Uno entra al Ejército porque le gusta, porque ama a su país. Y sabe que el trabajo es de peligro. Que puede pasar cualquier cosa. Tiene que estar preparado. Y cuando pase, tratar de sobrevivir, salir adelante, sobrellevar la situación”, asegura con un coraje que conmueve.

Tampoco ansía venganza. “La rabia lo que hace es hacerte más daño. Embriagarte de malos pensamientos. Tampoco quiere decir que voy a abrazar o a coger una persona de las que me hizo el daño. No me voy a matar la cabeza con lo que ya pasó”. Y agrega que de a poco se acostumbró a usar prótesis, silla y vivir con limitaciones.

Cuco, como le dicen desde pequeño, por la cabeza rapada, similar a la del músico Cuco Valoy, reconoce, sin embargo, que, como cualquiera que pase por la tragedia de una mina, antes llamadas cruelmente ‘quiebrapatas’, pensó en morir, matarse o lo mataran. “Los primeros meses son difíciles, mientras te adaptas al dolor, a la nueva situación de discapacidad y a la gente, que es curiosa, pregunta, opina…”.

Es tal su fortaleza mental que rechazo ayuda profesional. “Por lo que digo, cuando entras a un trabajo como en el Ejército tienes que tener una mentalidad, una concepción y fuerza abierta para lo que pueda pasar. Debes saber que allá no te van a disparar flores. Que vas a recibir daños graves”.

Y agrega, con humildad, pero convencido, que “un psicólogo o un psiquiatra, por más que escuchen, nunca se va a poner en mis botas; nunca va a saber por qué estuve ahí. Y destaca que el Ejército siempre lo ha apoyado, jamás lo abandonó. Tiene indemnización, pensión y seguro médico. Está estudiando en Bogotá y práctica tiro en las fuerzas armadas.

Se levantaron de la adversidad y crearon una fundación 

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El amor

Al momento de la desdicha, no tenía pareja formal, pero sí una niña de dos años, hoy de 18. En la actualidad tiene pareja, es enfermera, se conocían de estudiantes. De la unión hay una niña de 6 años. Le pregunto con respeto. ¿No vio ella una limitación en usted? “No, para nada. Nunca hubo un problema. Me cortaron las piernas no la lengua”, responde con sonrisa.

Arnoe, lo admiro, le digo. “Gracias”, responde. Y se despide: “La condición, como la nuestra, es un desafío para quien la carga, pero también es una oportunidad para rehacernos y darle nuevo significado a la vida de la mano de Dios”.

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