Diario del Huila

Toda una vida deambulando de aquí para allá

May 4, 2021

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DIARIO DEL HUILA, CRÓNICA

Por: Hernán Galindo 

En Mercaneiva, Surabastos y alrededores se desplaza a diario Yanet Aldana Farfán, casi arrastrando la pierna derecha. Hace un tiempo la molieron a golpes en Alberto Galindo por no dejarse robar y se agravó recién por un daño de rodilla.  

Se apoya en una muleta que estriba en la axila izquierda. Con la mano derecha tira una canasta de alambre donde carga la escasa mercancía que ofrece y la poca que vende. 

Bolsas para la basura, medias, sopa de letras, moñas y manillas, que ella misma hace. “Lo graves es que no hay plante para surtirla ni cumplir pedidos que salen”, dice. 

La mujer de 45 años, de no más de 1.55 centímetros de estatura, tiene corto cabello negro, liso, que asoma por la gorra que siempre utiliza para protegerse del sol y la inclemencia del viento.  

No se pone maquillaje en la cara, adornada por ojos verde esmeralda, y tostada por el calor, que cubre con una mascarilla. Por eso, no es más fácil notar el paso de los años que se evidencia en arrugas y el pesado desplazamiento del cuerpo. Se le ve agotada.

Vendedora ambulante 

Yanet, buena para conversar -con cada cliente que se topa inicia amena charla- tiene dos hijos. Una vive con ella, perdió el trabajo en un restaurante por la pandemia, y la mamá. El otro está en Bolivia.

Habla con voz fina, pausada y humildad: “Sí, señor, soy vendedora ambulante. Nací en Río Blanco, Tolima, el 3 de septiembre de 1975”.  

De los primeros años de existencia no tiene buenos recuerdos. Mucho trabajo, muy difíciles, mucha violencia subversiva. “No la extraño, esa clase de vida jamás se extraña. Luego viví arriba de Chaparral, también con guerrilla. De allá me sacaron, perdí el lotecito y lo poco que tenía. En 2002”.

Resignada y en la olla, llegó con la familia, sin pareja, “mejor sola que mal acompañada”, a la invasión de Bavaria en Neiva. Y se puso a trabajar en lo que saliera, al final y al cabo es lo que hace desde que tenía 8 años de edad. “El rebusque es lo primero que uno aprende”. 

Actualmente tiene casa propia en La Cristalina, Surorientales, beneficiada por la Red de Solidaridad, pero no la puede habitar porque los recibos de los servicios son muy costosos. “O se tiene para comer o pagar cuentas. Si tiene para la comida no ya para arriendo ni menos elementos de aseo. 

Le duele porque, cuenta, ha sido muy batalladora. Ha vendido tintos, pasteles, lavado carros, empujado carretas, ha trabajado en construcción, pintado, en aseo, casa de familia, restaurantes, ha hecho de todo. Para ella, ninguna tarea es indigna.   

Para jornalear lleva terciado en el pecho un bolso. Carga el celular, unos pocos pesos, papeles y algo con qué defenderme, pero no revela qué es. 

¿Yanet, qué va a pasar con la pierna? “Necesita cirugía. Se le acabó la baba de la chocozuela (rótula). Pero para eso me dijeron que pusiera una tutela.  No sé dónde. Los doctores de la clínica me mandan de un lado a otro a sacar una radiografía…y así me tienen…”.

Cree con devoción en Dios. “Mi Padre Celestial es el único que me ha ayudado de tantas capidas que he tenido”. Y está muy agradecida con su mamá, Nubia Inés: “Porque me trajo al mundo. Es la mujer más maravillosa, muy amorosa. La quiero y adoro con toda mi alma”, afirma y los ojos le brillan.  

¿Si Dios le concediera la gracia de un negocio, una cacharrería, qué nombre le pondría? “Variedades Osito, porque así me dicen de cariño, jajajaja”. 

Sabe que no está lejano su retiro de las calles, pero no tiene miedo ni le preocupa. Tampoco tiene rabia por la vida de sacrificios y necesidades que le tocó.  

“Sólo pido que no traten mal ni miren con desprecio a los vendedores ambulantes. No somo bichos, no delincuentes ni portamos enfermedades. Todos somos seres iguales”. 

Y agrega: “Ricos y pobres, todos vamos para el mismo hueco. El trasteo no lo llevaremos en el ataúd.  La vida es prestada. Todo es prestado. Hasta el alma, porque es de Dios”.  

Admite ‘Osito’, antes de despedirse, que lo que más extrañará es cuando llegue el día en que tenga que dejar de recorrer calles y vender: “No sé qué voy hacer. Dios dirá”. 

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