Diario del Huila

Triple salto a una confesión

Ago 18, 2021

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Debo confesarles algo: Caterine Ibargüen, mi amor aristotélico desde hace más de nueve años, fue escogida, según la IAAF, como la mejor atleta del 2018. Esto me llenó de mucho orgullo en aquel momento, quizás un orgullo más grande que el que sentí con el triunfo del Atlético Huila femenino al coronarse campeón de la Copa Libertadores de América.

Siempre he amado a Caterine. Siempre he profesado por ella un amor mayestático y algo suprahumano. Y la amo no sólo como mujer, sino por ser una de las máximas exponentes del atletismo terrestre (y vaya uno a saber si extraterrestre). La amo por mujer, por negra, por venir de abajo, por imponerse a la lógica masculina, por soportar la mirada excluyente de ciertos comentaristas deportivos, por mantenerse siempre al margen de los manoseos burocráticos (como casi todos nuestros deportistas). Pero la amo sobre todo por saltar en medio de ese fango escatológico que mengua nuestra naturaleza humana. La amo por sobrevolar en medio de tanto crápula y tanto cretino corrupto. La amo porque a pesar del «mierdero» que han hecho de Colombia esos que ostentan el poder, las leyes, los gobiernos facinerosos de los últimos tiempos, nos recuerda que la vida sigue siendo bella y que la esperanza está en esos colombianos que brotan y surgen de las periferias y de las regiones más invisibles de la nación.

Y quiero proponer algo. Quiero, en mi humilde visión de colombiano, que se haga con ella lo que vi hace un par de años en Polonia: en Polonia, luego de los Juegos Olímpicos de 2010 y 2014, se emitieron unas monedas conmemorativas con la imagen de dos medallistas olímpicos polacos, algo similar a lo que se hizo en Colombia con la madre Laura, siendo Colombia un estado laico. Me parece que Caterine merece eso, así como lo merecen muchos deportistas colombianos. Y también como lo merecen científicos, poetas, narradores, defensores de derechos humanos y muchos otros colombianos de a pie que nos recuerdan a diario que Colombia es mucho más que esa jauría de lobos que se alimentan del erario público. Que Colombia es mucho más que esa manada de salvajes hambrientos que se quedan con la comida de los niños más pobres. Que Colombia es mucho más que esa turba de enajenados que le niegan el presupuesto a la educación pública mientras hacen «perdedizos» 70 mil millones de pesos.

Caterine merece eso. Y no sólo por buena deportista, sino por recordarnos a diario del material que estamos hechos la mayoría de colombianos que hacemos y cultivamos el bien.

A manera de despedida, en gratitud a esas inmensas alegrías que nos dio en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, donde obtuvo la medalla de oro, o en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, donde obtuvo la presea de plata, el gobierno colombiano debería contemplar la posibilidad de emitir esas monedas conmemorativas en honor a Caterine Ibargüen Mena. Y en esa lista de grandes triunfadores deberían estar también Anthony Zambrano, Mariana Pajón, Yuberjen Martínez. Y por supuesto Nairo Quintana, a quien flagelamos cada vez que podemos, olvidando sus triunfos en la Vuelta a España y el Giro a Italia, y Egan Bernal, campeón del Tour de Francia y del Giro de Italia. Y por supuesto que la lista continúa. La lista es larga.

Colombia es un país extraño. Un país acostumbrado a la venia a los tramposos, a los corruptos, a los ladrones de cuello encamisado. Nuestro patriotismo dura lo que un partido de fútbol. Sin embargo, ese mismo patriotismo debería extenderse, como lo hacen los Estados Unidos, Argentina, Uruguay, Alemania, Polonia, Francia a sus grandes filósofos e intelectuales, a sus escritores, a sus músicos, a sus poetas. Una de las máximas figuras de las letras en Polonia es el poeta romántico Adam Mickiewicz. Hay monumentos en su honor en Cracovia, Varsovia, Poznań. Lo mismo pasa con Goethe en Alemania o con Borges y Cortázar en Argentina.

Por eso propongo que se despida a Caterine Ibargüen como se merece. Como una amazona, como una guerrera, como una heroína. Debemos ovacionarla de pie, durante varios minutos, semanas. Que alguna institución deportiva lleve su nombre. Crear, por ejemplo, un estímulo al deporte con su nombre. Porque hoy por hoy son muchos los deportistas que corren descalzos, como lo hizo en sus comienzos Anthony Zambrano. Esa cultura criolla de querer aparecer en la foto una vez el deportista ha logrado su cuarto de hora no tiene ningún mérito. El mérito auténtico es apoyarlos cuando son unos don nadie, como lo son, por el momento, miles de jóvenes que entrenan en silencio y sin la aguapanela del día. Ese es el verdadero mérito. Allí es donde reside la auténtica sabiduría de apoyar a quienes si lo necesitan.

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