Diario del Huila

Acústica

Sep 1, 2021

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El mundo no es realmente lo que vemos sino lo que oímos. Nada existe más allá del sonido. El pájaro –un mirlo cualquiera, en definitiva siempre será uno- es por el sonido, por su propio gorjeo.

Al emitir esa vibración, el pájaro existe. Es una vibración en apariencia delgada. Mas esa delgadez puede prolongarse por un tiempo indeterminado. Y cuando hablo de tiempo, me refiero a un tiempo humano.

La visión, lo que creemos son los objetos, es la prolongación de un eco que por fin –en apariencia- toma forma.

Todo es sonido, canto, oscilación, correspondencia. Nada es más allá del sonido, nada en absoluto tiene forma, peso, materia, sustancia, si carece de voz, sonido, resonancia.

El eco de las cosas viene desde un espacio remoto. Primero fue el verbo, primero del verbo el sonido, su hilo de voces, su acústica.

La música es madre de todas las cosas, madre del día y la noche, lo oscuro y lo luminoso, lo alto y lo bajo, lo positivo y lo negativo, lo activo y lo pasivo, lo malo y lo bueno. En la música esas polaridades no existen, son parte de una misma línea, una contradicción sin contradicción, antípoda sin antípoda, gradación de lo mismo.

El mundo es eco, barullo. Las piedras, los ríos, las estrellas, los cristales, el sexo de los cristales, la inteligencia de las plantas no son sino música, música y tono, brillo.

Cuando las cosas suenan, cuando emiten su propio timbre, su muy particular forma de expresar su existencia, se configuran en el imaginario del hombre, comienzan a existir, a otear el horizonte, a configurar su estructura, su esencia, su sustancia.

Todo lo que Es es digno de PERECER, dijo hace mucho tiempo Johann Wolfgang von Goethe. Lo que no suena no existe, no ES. Incluso la nada, el vacío, están llenos de voces, ecos, resonancias. El Todo es todo por su Música, la Nada es nada por su Música.

El mundo no es realmente lo que vemos sino lo que oímos. Los ojos escuchan. Las manos escuchan. Los sentidos, los físicos o juicios externos (tacto, gusto, olfato, vista y oído) y los otros –juicios internos- (la memoria, la apreciación, la imaginación, la fantasía y el sentido o juicio común) se alimentan de lo que oímos, no de lo que vemos, tocamos, degustamos u olemos. La música alimenta nuestro instinto (apreciación), nuestra fantasía (creación pura), nuestra imaginación (don de extender las alas de la muerte).

El sonido lo comprende y abarca todo; la música es existencia, vida, entendimiento. Y eso nos hace seres mixtos, emparentados con las cosas “inanimadas” (los cristales y las piedras), las cosas sanguíneas (el mar, el viento, el fuego, la tierra) y los objetos-sujetos racionales (los animales, el hombre, los vegetales, los minerales mayores).

Nada está por encima del sonido, nada por debajo. El mundo, la noche, la muerte, el infinito, lo eterno, lo perpetuo, lo que perece son vibraciones, resonancias, reverberaciones de sustancias sonoras. Todo lo que vive, suena. Incluso lo que no. Todo es por esa reverberación, por esa percusión cósmica, por la música de las esferas, por el canto y el tamborileo de las esferas. En la reverberación confluyen los tiempos (lo que creemos es el tiempo), el espacio (lo que creemos es el espacio), la muerte y la vida (sucesión de lo mismo).

El mundo no es realmente lo que vemos sino lo que oímos.

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