Por: Ernesto Cardoso Camacho
Es inevitable pensar que al comienzo de un nuevo calendario sea conveniente preguntarnos que nos habrá de deparar el destino a la humanidad en general y en particular a los colombianos.
Las circunstancias que se viven hoy en el mundo plagado de conflictos bélicos, amenazas climáticas, incremento desmesurado de violencia, criminalidad y olas migratorias; permiten pensar que será un año de enormes dificultades económicas, sociales, culturales y ambientales. Por otra parte, los avances de la ciencia y la tecnología formularán nuevos retos que, como en el caso de la inteligencia artificial, habrán de revolucionar paradigmas, costumbres y hasta conceptos éticos y morales.
En nuestro caso, entendiendo que somos un país en busca de nuevas oportunidades de desarrollo económico y de equidad social, el gobierno Petro que ofreció cambios sustanciales en las instituciones democráticas, ha comenzado a señalar las rutas de sus políticas públicas dirigidas a cumplir sus promesas, durante este primer tramo de su ejercicio presidencial.
No obstante, es evidente que tales propósitos de cambio están generando incertidumbre y desconfianza en muchos sectores de la opinión nacional. Las reformas legales que se tramitan en el congreso avanzan con dificultad, lo que ha obligado al ejecutivo a utilizar el perverso mecanismo de la llamada mermelada para obtener las mayorías que aseguren su aprobación.
De otra parte, la mayor incertidumbre y desconfianza se relaciona con el manejo económico en donde se evidencia el deseo de exigirle al sector privado y empresarial, mayor compromiso con la generación de empleo formal y bien remunerado, en beneficio de la clase trabajadora a la que Petro considera explotada y excluída de los beneficios y utilidades que obtienen los dueños del capital. En este aspecto, cuenta desde luego con el apoyo total de las organizaciones sindicales que fueron importantes en su elección.
De esta manera, es donde se aprecia con mayor claridad el interés ya no oculto del gobierno en estimular la lucha de clases, uno de los factores estratégicos que caracterizan el mensaje populista y demagógico del presidente y de sus ministros.
Sin duda alguna la mayor desconfianza y temor que generan las políticas públicas del gobierno del cambio, se localiza en su propuesta de «Paz Total», en donde pretende otorgar amplia aministía al ELN y a su vez, otorgar beneficios penales y económicos a quienes integran las bandas criminales dedicadas al narcotráfico, la minería ilegal y la extorsión. Curiosa o paradójicamente, tal propuesta ha disparado los índices de masacres y asesinatos en buena parte del territorio; al tiempo que en las ciudades y centros urbanos la delincuencia común tiene agobiada a la ciudadanía, desbordando por completo la capacidad de protección a cargo de la policía y de los organismos de justicia.
Por otra parte, los escándalos acerca de la presunta ilegalidad de su elección al haber desbordado los límites de la financiación de su campaña electoral y de los aportes provenientes de conocidos narcotraficantes, constituyen una sombra que cubre de dudas su presuntuosa transparencia ética, con la que cuestiona a la clase empresarial y política que disiente de sus propuestas.
En éste breve escenario es necesario mencionar los permanentes anuncios y amenazas que con gran profusión emanan de sus ministros y altos funcionarios, además de las incoherencias y contradicciones que caracteriza a muchos de ellos, generando confusión en la inversión nacional y extrangera, hechos que afectan el empleo y el crecimiento, indispensables factores para el desarrollo económico y social.
Pues bien. Lo que hemos visto en estos 16 meses del gobierno Petro permite establecer que se preparó para ganar la elección pero no para gobernar con mesura y coherencia, pero además, su equipo se evidencia improvisador y con alta dependencia de su jefe, lo que demuestra en parte la personalidad de un gobernante mesiánico, populista y autocrático.
En estas circunstancias lo que se avizora para el 2024 es que no habrá interés alguno en corregir el rumbo. El consenso político tan indispensable en las democracias modernas no parece ser el norte escogido por el presidente. En consecuencia, debemos prepararnos para afrontar grandes tempestades políticas, confrontaciones ideológicas, mensajes reiterados de populismo, arrogancia y desgobierno que ya da muestras de impulsar y promover el desorden, la anarquía y el caos, mecanismos eficaces para el ejercicio mesiánico del poder que tanto atrae al gobernante.