AMADEO GONZALEZ TRIVIÑO
Al evocar cuarenta años atrás, un treinta y uno de marzo, solo se me viene a la memoria, aquellos instantes en los que frente a una máquina de escribir, marca Remington, me dedicaba en las primeras horas de la mañana de ese jueves santo, a escribir lo que sería mi tesis de grado, para optar al título de Abogado de la Facultad de Derecho de la Universidad del Cauca, luego de haber concluido mi etapa de experiencia en la judicatura, tanto como funcionario y juez de la república, durante un poco más de un año, exigido para dicha titulación.
Eran los tiempos en los que los sueños y las realidades, se entrelazaban de una forma que parecía imposible detener y esa forma de interpretar el acaso, fue lo que en su momento nos hizo pensar sobre la necesidad de refrendar siempre, un hecho con otro y entender que somos frágiles y volubles que el destino nos ofrece perspectivas y situaciones complejas para encarar la realidad y entender que la vida, como un impredecible nos abre las puerta para construir y romper con la monotonía de todas las cosas.
Quizá el clima de aquel entonces, en mi residencia de la capital diocesana en el departamento del Huila, estaba igual al de aquella época en la ciudad universitaria, todos los payanenses y caucanos, venían celebrando su Semana Santa, con bombos y platillos, como ha sido su tradición. Volviendo al clima, este era soleado y desde esa buhardilla, un escritorio viejo con cajones en desuso y la algarabía de mis hermanos por los pasillos de la casa, fueron suficientes para que el tono del radio de mi papá, subiera y sus ondas se esparcieran hasta hacerme caer en cuenta, que un terremoto que duro dieciocho segundos había azotado a la ciudad universitaria y que la presentación de mi tesis de grado y el acto de graduación se prolongaría en el tiempo durante catorce meses después, como en efecto sucedió.
Recordaba en estos día, y compartía como lo hago en algún texto de crónicas por publicar, que cuando la vida nos permitió vivir y convivir como universitarios, la lucha por escapar y regresar a casa fue una constante, y nunca pudimos compartir las vivencias de la Semana Santa en Popayán y otras actividades como la de inicios del mes de Agosto, verano o de las fiestas de Pubenza, las cuales solo acostumbramos a vivir y recordar, años después, cuando como profesionales retornamos a conocer esas tradiciones y esa forma de ser y de vivir de los caucanos.
Hoy, cuarenta años después, frente a un procesador de textos, voy dejando la impresión de ese ayer, voy evocando la memoria de algunas personas que sufrieron las consecuencias de aquel terremoto de Popayán en 1983, entre ellos, más de doscientas cincuenta personas, cerca de dos mil heridos y la destrucción en gran parte de lo que fue el albergue de nuestros momentos de estudio y de compartir: El Centro Histórico de Popayán.