Por: Yefer Vega
La pandemia está poniendo a prueba nuestras virtudes ciudadanas. Hace unas semanas, por ejemplo, hablaba de la importancia de la vacunación y el principio de solidaridad. Hoy contamos con suficiente evidencia científica que acredita la alta efectividad de las vacunas, al menos, para detener las muertes por causa del virus. Además, es claro que entre mayor sea el número de personas vacunadas los riesgos epidemiológicos disminuyen sustancialmente pues con ello se previenen potenciales mutaciones del virus a causa de la disminución de los contagios.
Con un ritmo comparativamente mucho menor que en los demás países de la región y muy por debajo de las proyecciones anunciadas por el gobierno al comienzo del año, finalmente, hace un par de semanas empezó la vacunación en el país. Durante el proceso han surgido una serie de noticias que ponen sobre la mesa otras cuestiones relacionadas con nuestros deberes ciudadanos. Por un lado, circuló una información según la cual 5700 dosis de la vacuna destinadas a ser aplicadas en el departamento del Tolima fueron desperdiciadas, pues se rompió la cadena de frío en el proceso de transporte desde Bogotá. Por otro lado, la Contraloría emitió una alerta en la que advirtió que algunas vacunas podrían estarse perdiendo en algunos municipios.
Ni una cosa ni la otra resultaron del todo ciertas. En el primer caso, el ministerio de salud aclaró que no es cierto que las vacunas que iban hacia el Tolima se hubieran estropeado. Explicó que las vacunas deben mantenerse en una temperatura que oscile entre los 2 y los 8 grados centígrados. Señaló que si bien en el trayecto al Tolima la temperatura llegó a los 9,3 ºC , los estudios muestran que las vacunas pueden mantener sus propiedades a 25 ºC durante catorce días. En el segundo caso, y después de una ola de creciente indignación, se aclaró por parte de las instituciones hospitalarias que la Contraloría se equivocaba en sus valoraciones, pues el órgano de control no tuvo en cuenta en sus apreciaciones que en los procesos de vacunación es normal que se presenten desperdicios. De hecho, la OMS ha identificado que los porcentajes de desperdicio son mayores en vacunas de dos dosis. Así quedó claro que este tipo de alertas, lejos de contribuir al cuidado del proceso de vacunación, terminan generando una zozobra innecesaria e inconveniente sobre el personal de salud encargada de aplicar las vacunas.
Es cierto que, en el marco de la pandemia, tenemos un deber especial de atención sobre los asuntos relacionados con el tema y en particular sobre el proceso de vacunación. No obstante, la indignación ligera no puede llevarnos a promover falsas alarmas que crean un ambiente hostil hacia los encargados de estos procedimientos. El llamado es entonces a combinar con buen criterio la necesidad de estar alerta con un grado de confianza razonable en las autoridades e instituciones médicas que apenas empiezan un trabajo monumental en nuestro país. Ello puede ser posible si se verifica la información con un mayor grado de cuidado antes de difundir contenidos con datos errados que enturbien el ambiente e impidan ver con claridad lo que está ocurriendo con la distribución y aplicación de las vacunas.