Por Juan Pablo Liévano
Para aquellos que sentimos que la cultura, las tradiciones, los usos y las costumbres son importantes, nos preocupa el rumbo que está tomando la nación en estos aspectos. No se trata de mantenerlas pétreas o inmodificables, pues precisamente la cultura, como manifestación externa de afectación del medio por parte del ser humano, está en constante evolución.
Mortifica, sin embargo, la imposición y el cambio por el cambio, donde se pretenden borrar de un tajo nuestras tradiciones y formas. Parece que quisieran hacer un borrón y cuenta nueva, es decir, no construir sobre lo construido, sino refundar. Como si, para sembrar lo nuevo, se tuviera que arrasar lo viejo. La muestra más icónica de esta nueva filosofía cultural nos la entregó, precisamente, la ministra de cultura esta semana en la posesión de la directora del Archivo General de la Nación al decir: “¿Jura usted por Dios, por todas las diosas del Olimpo, por la patria y por la matria, cumplir y defender la Constitución y las leyes, y desempeñar los deberes que el cargo le impone?” Puede parecer una broma o burla, no obstante, parece más una manifestación, adrede, de un concepto de deconstrucción cultural. Como Superintendente de Sociedades posesioné a muchos funcionarios.
Para mí era un acto solemne y de sumo respeto, con Dios, la Entidad, la Constitución, la Patria y el funcionario juramentado. Cambiar esa expresión sacramental me parecía, y parece, una verdadera falta de respeto y, sin embargo, este caso no es más que el reflejo de lo que se nos viene, de lo que pretende hacer el Gobierno con nuestras tradiciones y cultura. Somos una nación que resulta de la mezcla de culturas y razas. No obstante, tenemos una identidad cultural central distintiva, un tinte indeleble formado por nuestra tradición judeo-cristiana, campesina, artesanal, católica y parroquial que nos identifica como nación y como colombianos.
Es nuestra columna vertebral, definida e indeleble, con la que contamos la gran mayoría de los colombianos. En los tiempos del cambio, de la izquierda, de los nadies o las nadias, lo importante no es la cultura común a todos, sino aquella de las minorías, que se crea por una cosmovisión particular, respetable, por supuesto, pero no general y que, no obstante, se quiere imponer a toda costa, incluso deconstruyendo las bases de la propia cultura y tradiciones nacionales. Causa perplejidad la mención a los dioses del olimpo politeístas. Preocupa el maltrato del idioma y de la madre patria, con el uso de neologismos como la “matria”, propios de la ideología de género que no son más que una carga de profundidad a nuestras tradiciones y cultura.
Preocupan los diferentes ritos, alejados de nuestras tradiciones comunes, como menú principal en eventos públicos. Parece todo un plan que, encabezado incluso por la propia ministra de cultura, pretende deconstruir e imponer nuevos parámetros culturales con el uso de palabras y el maltrato a las formalidades, todo ello alejado de la tradición judeo-cristiana, campesina, artesanal, católica y parroquial que identifica a la nación colombiana. No nos queda más que defender nuestra cultura, tradiciones, usos y costumbres, en contra de la tiranía que nos están imponiendo las minorías.