Ernesto Cardoso Camacho
Mientras diversos analistas, comentaristas y columnistas de diferentes medios de opinión; así como dirigentes de los partidos de oposición y muchos ciudadanos han estado a la espera del transcurrir de los primeros 100 días del gobierno Petro, con el propósito de hacer un balance que permita vislumbrar su rumbo; la realidad que se observa es ya incuestionable.
El Pacto Histórico ha definido sus principales prioridades y logró estructurar una sólida bancada mayoritaria en el Congreso que le ha permitido sacar adelante tres de ellas como son la Reforma Tributaria; la prórroga de la Ley de orden público que incorpora el concepto de Paz Total; y la aprobación del Tratado de Escazú.
Con los bien definidos horizontes que se plasmarán en el Plan de Desarrollo que se viene concertando con activa participación comunitaria en los territorios, quedan cimentadas las expectativas del gobierno del cambio con las cuales busca cumplir sus principales promesas electorales.
El otro elemento indispensable para que la dinámica prevista siga ejecutándose sin contratiempos, es la llamada gobernabilidad que en buen romance significa puestos y contratos o la famosa mermelada. El presidente Petro conoce muy bien a la clase política de los partidos tradicionales, liberal y conservador; a quienes controvirtió en el Congreso por más de 16 años y por ello, consciente de sus flaquezas y debilidades, los ha convertido en el soporte de tales mayorías en el Congreso. Sin esas bancadas no habría podido lograr dicho propósito.
Pero como no todo puede ser la política, el tema económico constituye la grave amenaza que se cierne sobre las intenciones del gobierno. Allí radica el gran reto de ese Pacto Histórico. La coyuntura que se observa en esta materia es claramente desfavorable.
Una indiscutible recesión de la economía global que podría extenderse hasta finales del 2023; la persistente invasión Rusa a Ucrania; los recientes conflictos entre las dos Coreas; los agudos problemas sociales causados por la migración; la debilidad de la economía norteamericana que presiona el alza del dólar; el hueco fiscal en las finanzas públicas y las consecuencias del largo invierno; los efectos de la reforma tributaria sobre el crecimiento y el empleo; los anuncios sobre la aceleración de la transición energética que implican reducir la producción de petróleo, gas y carbón; y el elevado costo interno de los combustibles, dibujan un escenario bastante crítico que seguramente reducirá o retardará las expectativas planteadas.
En consecuencia, la incertidumbre no disminuye, sino que con el paso del tiempo se incrementa. Y es evidente que buena parte del equipo ministerial contribuye eficazmente a generarla, por lo que no es descabellado pensar que más temprano que tarde; habrá relevos para ampliar la participación de liberales y conservadores en el gabinete ministerial; dado que, por una parte, ya no hay tantos petristas disponibles porque ya están en el gobierno; y por la otra, la presión política aumentará con el fin de consolidar el Pacto Histórico para las elecciones regionales y locales del 2023.
Mientras todo esto podría ocurrir en el aspecto político gubernamental; la inseguridad y la delincuencia se harán insoportables ; las protestas en las calles serán más recurrentes y violentas; las fuerzas militares y de policía impotentes para controlarlas; la impaciencia por las soluciones prometidas alimentarán el descontento social y en general, el desorden y la anarquía podrían resultar siendo el caldo de cultivo para estimular soluciones que atenten contra la estabilidad institucional y democrática.
No se trata de ser profeta de desastres. Se trata de mirar con realismo y preocupación el escenario que se dibuja en el horizonte. Si es verdad. Avanza el Pacto Histórico en sus propósitos políticos, pero también se vislumbran sombras y nubarrones que anuncian tempestades.
