Álvaro Hernando Cardona González
Estamos en una época, que comenzó hace tiempo hay que decirlo, en que, para forzar la interpretación subjetiva, amañada y conveniente, se cambian las palabras. Detrás de eso está la búsqueda de la paz, pero por el camino errado y ya transitado, que sólo, lamentablemente conduce a más violencia.
La paz es un anhelo de la inmensa mayoría de los colombianos. Pocos, siguen aprovechando los esquinces de la sociedad, para seguir, multiplicar y hasta acrecentar la violencia maldita; la que nos quita los seres queridos, que nos aparta de las familias, que nos secuestra la alegría y la esperanza, que hace explotar los bienes y desestimula el esfuerzo honesto. Y que ha debilitado al Estado, porque ya no hay justicia “estatal” sino “particular”.
Recientemente un alto funcionario del gobierno nacional habló de la “descolonización de la palabra”, para justificar el cambio del lenguaje. ¿Para dónde va esa intención? De las entrevistas que ha brindado, es claro que entiende que no hay que hablar de invasiones de predios, porque “yo respeto mucho los conceptos de recuperación y de liberación”; porque vislumbra que las comunidades organizadas pueden reemplazar a la Fuerza Pública; y deja entrever que quien aplica el Derecho debe cambiar (¿será cambiar al Estado mismo?).
¿Cómo justifican los cambios del lenguaje y la interpretación? Con argumentos entre otros, de que “la institucionalidad no está adecuada para interpretar y conocer la interculturalidad de nuestra nación”. Hoy se dice sin rubor que además de gobernar hay que hacerlo “En el marco de nuestro proyecto político”; ya no rechazando las inveteradas mezcolanzas de gobernar con apoltronamiento en los cargos públicos.
Anhelamos que se llegue a gobernar, a dirigir, y no a ver cómo continuar ejerciendo el poder. Es que no es lo mismo, servir, resolver los problemas, que hacer cosas para ganar las siguientes elecciones.
Como hay que cambiar de verdad, debemos impedir que quienes hoy gobiernan los territorios sin resolver los problemas, sigan aspirando. Necesitamos pluralismo, gobernanza, ética, y servicio para bienestar sin distingos.
Los sectores afro e indígenas, o LGTBI, por ejemplo, deben ser vistos en condiciones dignas de igualdad con todos los otros. Una Nación verdadera. Sin reemplazar unos con otros; hay que dejar de seguir distinguiendo, segregando o dividiendo. Eso cambia los factores de violencia, pero no impide la violencia que es el afán. Y eso mismo tenerlo presente, en tres años.
La única interpretación de las palabras debe conducir desde la prevalencia de los deberes, a la paz auténtica, al progreso sin estratos, al crecimiento económico sostenido, a la igualdad (a secas), a la recompensa por el esfuerzo académico o laboral, y al imperio de la justicia estatal sin ambages.