Por: Toño Parra Segura
La columna de Toño
Nos equivocaríamos al pensar que la Cuaresma es un tiempo pesimista y negativo marcado solo por el pecado, la penitencia, la abstinencia y los ayunos.
Es todo lo contrario; la idea de este Cuarto Domingo de Cuaresma es experimentar el amor de Dios, que produce nuestra santificación y nuestra felicidad: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna” (Jn. 3, 15).
Es Juan el discípulo amado, el que con abundancia de razones nos convence de que Dios nos ama de primero y la prueba contundente es la entrega de su Hijo.
Hemos nacido, hemos crecido y hemos sido rescatados en el amor de Dios.
Todo lo que hemos recorrido hasta ahora en nuestra preparación a la Pascua con la Palabra de Dios, fuerte en la tentación, llena de luz en el Tabor y cargada de valentía y de celo por su casa de oración, nos va urgiendo sobre la necesidad de responder a ese infinito amor de Dios. “Quien quiere dar amor, dice el Papa Benedicto XVI, debe a su vez recibirlo como un don”.
El en su Encíclica: “Dios es amor” del 25 de diciembre de 2005 nos advierte en su Introducción que su deseo en la lectura es: “Insistir sobre elementos fundamentales para suscitar en el mundo un renovado dinamismo de compromiso en la respuesta humana al amor divino”.
“No estamos sentados junto a los canales de Babilonia como dice el Salmista para llorar con nostalgia, ni somos deportados, ni extranjeros” (Sal. 136), ahora en la nueva etapa de amor de Dios.
San Pablo hoy en la Carta a los Efesios nos dice: “sin merecerlo Dios nos amó, nos resucito con Cristo, para que conozcamos la extraordinaria riqueza de su gracia y de su bondad” (Ef. 2, 4).
San Juan completa esta idea para quitarnos el pesimismo y para que nos sintamos salvados y no condenados. Es necesaria la fe, que supone y alimenta el amor.
Una fe no de palabras, sino de respuestas a las diversas demostraciones del amor de Dios.
Debe ser la lectura de este tiempo, la Encíclica del Papa, basada en el pensamiento claro y repetido del Apóstol San Juan.
El problema del lenguaje que como en muchas otras palabras nos ha dejado una pobre sensación de frustración: la palabra “amor” que se oye por teléfono, en el bar, en las esquinas, en la propaganda de las casas de citas y también en los templos.
Cómo es de difícil hoy en nuestra pobreza verbal no confundir el amor con el instinto, ni separarlo de la misma esencia del ser. Es todo un empeño individual que debemos hacer y el Papa con una lucidez mental extraordinaria nos pasa por todos los conceptos y raíces de las culturas a cerca del amor. Porque lo hemos confundido con el mísero amor humano, creemos que Dios nos ama así, a ratos, con interés y sin respuesta inmediata.
Somos fruto del amor infinito de Dios y las demostraciones que hagamos de Él deben copiar la fuente de donde salió. Es el único Dios que nos ama desde antes de nacer, que nos marca con su imagen, que nos ama como si fuéramos únicos y que para obligarnos a responderle nos lo impuso como mandamiento.
Sin acepción de personas, pretendiendo salvarnos a todos, permanece como la única razón para amar la vida y comunicarla a los demás. “Eros y Ágape” dice el Papa mezcla admirable de lo humano y de lo divino, que no admite separaciones para no hacerlo desaparecer.