La columna de Toño
Por P. Toño Parra Segura
padremanuelantonio@hotmail.com
Continuando la proclamación del Sermón de la Montaña, San Mateo nos recuerda que todo cristiano está llamado a dar signos para que los demás crean en Jesús. Desde el bautismo se nos entregó la luz tomada del cirio pascual en la persona de los padres y padrinos garantes de la fe de los niños. En la primitiva iglesia no se bautizaban los niños, sino a los adultos, después de una larga y exigente preparación para recibir el sacramento con signos de conversión.
Hoy, se supone que la familia cristiana es garante de estos signos y por eso los niños se acercan al bautismo con la convicción de que los padres y padrinos tengan la experiencia de una verdadera fe cristiana.
Luz y sal, elementos cotidianos de uso indispensable; los dos cuando faltan producen inseguridad, miedo, insatisfacción para recibir los alimentos. Una noche sin luz y una comida sin sal son síntomas de carencia de una vida normal. Sin embargo estos signos están hechos para gastarse y servir al hombre. La luz no se hizo para lucirse y para que todos la miren de frente, quedarían ciegos. Existe la tentación en las personas de querer ser luz no en el sentido evangélico, sino para darse satisfacciones de orgullo. Estar en lo alto es muy peligroso, si se olvidan los consejos de este domingo, desde el profeta Isaías hasta la humildad de San Pablo.
Y ser sal, es meterse en el sabor de la vida de cada persona para darle la oportunidad de una sonrisa, de una mano tendida y de ánimo para seguir viviendo; hay quienes a pesar de hablar mucho de la corrupción, ignoran que mientras con un dedo señalo a los demás, los otros tres dedos pueden estar señalándome como una sal tirada a montones para que la pise y desprecie la gente. No es “haciendo alarde de elocuencia o de sabiduría”, como se impregna la masa desaliñada de los demás.
La humildad hace posible la manifestación de la luz, porque gracias a ella nos reconocemos frágiles y necesitados de la misericordia de Dios. Conocida es la historia de la luciérnaga, que “huyendo de la luz, la luz llevando, sigue alumbrando las mismas sombras que buscando va”.
Cómo necesita el ambiente nuestro de esas luces pequeñas que se entreguen, que se gasten en el apostolado para llevar la palabra a todos aquellos que andan confundidos y temerosos en el laberinto de sus dudas o en las sombras de tanta confusión.
La sal que se mezcla con los alimentos que sazona, es el mejor signo de un apostolado que no hace ruido, que no reclama honores, porque los honores que se reclaman es porque uno no los merece.
Todo signo precede una realidad y la anuncia. Cuando estropeamos los signos la realidad no es creíble ni cambiable. El bautista era modelo de presentar a Jesús como el mesías anunciado y él era una simple voz, en un cuerpo quemado por el desierto de la penitencia y de la oración.
Cuando los discípulos de Cristo no vemos, ni humildad, ni mística, ni signos de conversión, puede ser que la luz está mal puesta, o que la sal ya esté a punto de que la pise la gente. Esto es una responsabilidad seria de todos los cristianos.
Preguntémonos hoy, qué tanta luz estoy irradiando en mi vida para convencer a los demás y que busquen a Cristo; y qué sabor estoy dando a toda mi vida, para que en un mundo sin valores le demos sazón, alegría y esperanza a todo nuestro quehacer cristiano.