En Guayaquil visitamos lugares espectaculares, conseguimos trabajo y aprendimos sobre la fabricación del chocolate que se consume en este lugar.
DIARIO DEL HUILA, BORONDITO
Por: Nicolás Motta
Al entrar a Guayaquil parecía mentira, Kaj, el danés que nos iba a dejar quedar en su hostal a cambio de un video promocional, resultó no ser Kaj sino que era Diego, su asistente, resultaba que Kaj no hablaba español. Nos dio las indicaciones y así llegamos, dejamos el carro en la calle mientras subíamos a una «entrevista de trabajo», aún no estábamos contratados, contrario a lo que pensábamos.
Nos sentamos en la mesa Kaj, Diego y nosotros cuatro. Diego hacía de traductor hasta que dejó de ser necesario, nosotros también podíamos hablar inglés con nuestro amigo norteño, estaba feliz de esto.
Le caímos bien, él nos cayó bien. Nos contó que se había casado con una ecuatoriana y habían tenido un hijo, ecuatoriano también, por eso estaba ahí, ya que no le gustaba tanto Ecuador. Ahora tenía su negocio y estaba pensando incluso en ampliarlo, tenía a varios estudiantes quedándose ahí al estilo de residencia y otro espacio para turistas o viajeros.
Nos contó sobre unas malas experiencias que tuvo con otros voluntarios y del amor, hoy en día solo creía en amor esporádico que podía terminar con una persona perversa en cupidos digitales como Tinder.
Conseguimos trabajo
Nos instalamos y para dar una buena impresión, no como nuestros colegas, nos pusimos a trabajar de una. Un buen trabajo, ir a conocer, hacer videos y fotos. Veníamos haciendo eso. Nos recorrimos la ciudad de arriba abajo, conocimos los dos malecones, paseamos en teleférico, nos fuimos al cementerio central a ponerle una rosa a Julio Jaramillo y a darnos una larga caminata en la isla Santay para poder conocer una comunidad que vive entre cocodrilos y árboles gigantes. En las noches, un poco de edición y largas jornadas de juegos de mesa con Kaj, los chicos de la residencia y Diego.
Nos quedamos como una semana más o menos, no sabíamos cuándo salir, cuando una mañana recibimos una llamada de Paolo invitándonos a la finca de cacao de sus suegros, quería que hiciéramos para ellos un video de dron para dar indicaciones sobre cómo llegar a su casa, algo parecido a lo que hicimos con él.
La felicidad se nos veía en la cara, teníamos un nuevo destino e íbamos a comer increíble. Le contamos a Kaj que saldríamos de ahí. Tuvimos una despedida emotiva y hablamos para poder vernos de nuevo en un futuro.
Salimos hacia el terminal a recoger a Paolo, parecía que no nos veíamos hace años y habían pasado siquiera algunos cuantos días. Volvimos a la rutina rápidamente, le preguntamos cosas y lo escuchábamos responder casi que en un monólogo interrumpido únicamente por risas alborotadas de mis hermanos. Aprendimos sobre más teorías conspiranoicas, historia italiana, guerras, conspiraciones otra vez y así hasta llegar a Zhucay, el pueblo donde Polo y Flor-los ex suegros de Paolo- tenían su casa.
Aprendimos sobre la preparación del chocolate
Ahí sus suegros -ex suegros, pero siempre se ahorraba las primeras dos letras- tenían su casa escondida en el campo. Un par de piscinas con mojarras y sapos rodeaban la casa, un poco más abajo grandes cultivos de cacao, a pocos metros de la casa, el consultorio de flor y a solo unas cuadras, la fábrica de chocolates. Teníamos todo tipo de productos derivados del chocolate en la casa: avena con chocolate, licras de chocolate, chocolate dulce, chocolate caliente, de todo.
Acá las jornadas eran mucho más tranquilas, se resumen en hablar con Paolo, ir a buscar chamba con Paolo, quien de hecho nos consiguió dos trabajos con restaurantes locales y uno con una fábrica de jabones artesanales; también pudimos cocinar con Paolo e irnos a pasear. Un día nos fuimos a una reserva natural, el Cajas.
Tomamos una ruta coquera donde un terrateniente nos detuvo a hacernos preguntas extrañas, luego una interminable trocha hasta llegar arriba de las nubes a este parque que era una verdadera delicia para la vista. Lo malo fue que nos en sorochamos todos, menos Valen y Habana. Habíamos subido 3 mil metros en un par de horas y eso nos había afectado… en fin.
Estuvimos en ese lugar incluso más tiempo que Paolo. Lo fuimos a dejar al terminal y volvimos con sus -ex-suegros. Conocimos todo el proceso de creación de chocolate, incluso desde que se siembra el cacao hasta que se empaca. Fue un proceso muy bonito y terminamos encantados. Nos dieron licencia de quedarnos por el tiempo que quisiéramos, nuevamente, teníamos que avanzar, esta vez teníamos más claro el destino: Ingapirga. El machu picchu ecuatoriano. Les contamos la otra semana.