José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
Un anónimo maestro rural, en Labranzagrande, Boyacá, vereda Cueta, confinado en una vieja escuela sin servicios, decidió pedir ayuda cuando colapsó su contacto con la modernidad, un panel solar, pensando más en sus cinco alumnos que en su bienestar, para que, en sus palabras, “en un futuro sean personas que le sirvan al país”.
Germán Yanquén personifica la grandeza de su profesión y la resiliencia de quienes habitan la “Colombia profunda”, no porque estén en los confines del país, pues menos de 100 kilómetros separan a Labranzagrande de Sogamoso, sino porque esa “profundidad” tiene que ver más con el abandono que con la distancia.
Con lo que le quedaba de señal, Germán llamó a La W y, con su historia, produjo la solidaridad que surge cuando le ponemos rostros a la pobreza. Aparecieron soluciones y, entre ellas, una empresa que decidió levantar una nueva escuela, sin importar las dificultades ni el número de alumnos.
Se necesitaron ¡1.200 viajes! a lomo de mula, apoyados por los vecinos y el Ejército, para transportar materiales por las trochas peligrosas que, a diario, transitan los alumnos de Germán. Hoy Cueta tiene una hermosa escuela, pero su situación anterior es la de miles de escuelas en todo el país, y la educación una de las muchas carencias del campo, abandonado a su suerte por el que, con acierto, Julio Sánchez calificó como “un aparato estatal lento e ingrato”.
Esta historia no termina ahí, sin embargo. Según las cifras del DANE la economía creció en 2022 un 7,5%; buena cifra, aunque no para el sector agropecuario, el único con crecimiento negativo (-1,95%), ni para la ganadería, la actividad de los padres de los estudiantes de Cueta, con cifras negativas durante los cuatro trimestres de 2022, confirmando las cifras de FEDEGÁN, de una caída del 5,2% en la producción de leche y del 5,8% en el sacrificio.
Estas cifras “frías” esconden causas, generan consecuencias e imponen retos. Detrás está el abandono del Estado y la sociedad, con destellos que iluminan la esperanza, como el que vimos, mientras que la ilegalidad y la violencia que imperan en el campo, y con ellas la pobreza y más abandono, siguen siendo la consecuencia del abandono mismo.
No pude evitar referirme a la historia de Germán en la plenaria de la Mesa con el ELN, en México, para significar que el reto de las negociaciones es articular recursos y voluntades que permitan introducir elementos transformadores de la realidad rural. De lograrlo, avanzaremos en un Gran Acuerdo Nacional que, con transformaciones visibles, desarme la violencia y devuelva la esperanza a esa otra Colombia, que tiene derecho a una vida digna.
Entretanto, Germán Yanquén, el colombiano del común que hizo oír su voz en medio de sus limitaciones, debe ser inspiración para todos: Gobierno, sectores económicos y sociales y, también, para el ELN. Con su ejemplo, la esperanza no será esquiva y la paz será posible.