Por: Carlos Tobar
Durante el fin de semana anterior entró a mi computador, por varias fuentes, información farragosa que daba cuenta de fuertes movimientos telúricos en el sistema financiero mundial, especialmente el norteamericano.
Fue un fin de semana apasionante. Era el viernes 10 de marzo. Las noticias de la prensa económica informaban de la quiebra del Silicon Valley Bank, la mayor bancarrota desde la crisis del 2008. Un banco regional especializado en financiar a startups del sector tecnológico.
Los primeros indicios señalaban que el Banco de Reserva Federal (el equivalente al Banco de la República) y el gobierno de los EE.UU. no iban a salir al rescate de un banco mediano que se había dejado llevar por la ambición y que había violado las normas de seguridad entre depósitos y préstamos. No había mantenido las reservas de efectivo necesarias proporcionales a su tamaño.
Lo peor era que buena parte de sus inversiones las había realizado en bonos del gobierno de los EE.UU. Bonos que por más de una década había emitido la Fed sin control para financiar al gigantesco sistema financiero mundial en crisis. Los grandes bancos que desde finales del siglo pasado juegan a la ruleta financiera en la bolsas de valores.
Una política que tiene su soporte fundamental en la prerrogativa hegemónica del dólar como moneda mundial.
Fue una época del “dinero barato”. Para poder emitir 85.000 millones de dólares mensuales (lean bien, esa era la suma) en bonos, redujeron a cero o menos los intereses. A menores intereses, mayor valor de los bonos. Era la forma en que se podía absorber por los grandes bancos, las empresas, los gobiernos y el público unos volúmenes de crédito absurdos que no reflejaban la economía real.
Para que funcionara la taumaturgia financiera la inflación debía ser baja. Así los bancos centrales de todo el mundo se fijaron metas entre el 2% y el 4%. Esa es la tarea fundamental y su razón de ser: defender el valor del capital.
Pero, el año pasado por varias razones (entre otras la guerra de Ucrania), se desbordó la inflación. Rápidamente los índices de precios alcanzaron cifras gigantescas. En los EE.UU. superó el 9% y en Colombia alcanzamos el 13.25%.
Con una inflación de esas proporciones la Fed decidió, en un lapso de tiempo corto, subir los intereses interbancarios del 0% en 2020 al 4.50% actual y subiendo.
La consecuencia para los bancos comerciales que mantienen una parte significativa de sus inversiones en bonos fue que sus carteras se debilitaron. La relación inversa con el precio: a mayor tasa de interés, menor valor de los bonos, los llevó a la iliquidez. No tenían como responder por los fondos de sus cuentahabientes. Se llegó a la corrida bancaria clásica. Perdida la confianza de sus depositantes, estos corrieron a retirar sus dineros llevando los bancos al desastre.
El gobierno y la Fed decidieron el domingo respaldar la totalidad de los fondos depositados en el Silicon Valley Bank y el Signature Bank, otro banco regional que se había desplomado en el fin de semana.
No obstante la rápida e inédita respuesta de las autoridades financieras norteamericanas, casi una decena de bancos regionales están en problemas y, lo más grave la crisis saltó a Europa: el Credit Suisse, un banco importante está ilíquido, obligando al Banco Nacional de Suiza a brindar apoyo incondicional. Otra medida inédita.
Como afirma Larry Fink, el CEO del fondo de inversión Black Rock, el más grande inversor corporativo del mundo podemos estar entrando en un período de “crisis lenta y progresiva” del sistema financiero de EE.UU.
¿Qué sigue? En el futuro inmediato la gran banca mundial seguirá concentrándose a costa de los bancos periféricos. Por razones de seguridad el crédito escaseará y será mas caro. Y, la incertidumbre se acentuará.
Neiva, 20 de marzo de 2023
