Por: Diana Sofia Giraldo
Es casi imposible asimilar la realidad colombiana tal y como se presenta. Mucho más difícil dilucidar la verdad. Después de un largo tiempo intentando prescindir del bombardeo noticioso, decidí asomarme una vez más por una de las rendijas que deja el covid, a observar la vertiginosa montaña rusa de un país político que no escucha, no procesa, no decanta, no concilia, no discierne y sin embargo emite, sin tapabocas, provocadores juicios y descalificaciones constantes, que buscan alinderar reacciones emocionales a su favor y en contra de sus «enemigos», activando su propio comité de linchamiento, listo para caerle encima a quien piense distinto, y todo esto justificado en el “respeto” «la tolerancia», «la libertad», «la diversidad», etc, etc. Invocan todo tipo y variedad de derechos y cada vez hacen más visible la incoherencia en el ejercicio de sus deberes.
Es el reino de la anarquía. No hay límites colectivos ni individuales. No se respetan las reglas de juego porque aduciendo «libertad» cada uno las interpreta según su percepción, ideología o simplemente según sus odios. Ni la Constitución ni las leyes limitan a nadie, mucho menos las reglas de juego de la democracia. La justicia mediática, incluidas las redes sociales, permanece alerta para acribillar al contrario. Se sataniza, se ridiculiza, se exonera o condena a ciertos personajes, independientemente de que tengan razón o no. Eso parece ser lo de menos.
El presidente de la Corte emite juicios públicos en un tema en el que está impedido. Petro, ya de candidato a la presidencia, con una maquiavélica capacidad de comunicación, determina qué se le puede preguntar y que no. Se indigna y ataca, al ser interrogado sobre su pasado guerrillero. Se declara revolucionario y no reconoce la democracia que le ha hecho todos los honores. Un linchamiento a la alcaldesa de Bogotá por señalar puntualmente la nacionalidad de los asesinos de Edwin Caro, joven policía a quien le dispararon en plena carrera séptima. Periodistas amenazadas por Santrich. Defensores de Santrich que no se ruborizan al justificarlo. Una delincuencia galopante que desafía todas las previsiones.
En el mundo político-noticioso se suele intuir quien es quien. Las investigaciones judiciales casi siempre han estado precedidas por información que circula, de larga data, sobre la forma como ciertos personajes han accedido al poder, de manera inescrupulosa, saqueando las arcas del erario, cobrando comisiones y coimas por ventas de suministros a las entidades del estado o cuando se apropian de los recursos públicos etc, etc. Y es curioso, que cuando llegan al poder o se hacen visibles en los medios, se convierten en dueños de la moral, son los primeros en alzar la voz de manera aireada y estridente para señalar con dedo acusador a los demás. Es lo que se ha denominado “la huida hacia delante”. Cuando intuyen que los empiezan a investigar, no se esconden, se exhiben como adalides de la verdad, se adelantan, arrebatan micrófonos, acusan a otros, para en caso de ser alcanzados, presentarse ante la opinión pública como víctimas y perseguidos. Hasta les creen.
Un país de desmemoriados, corre el riesgo de ser manipulado una y otra vez. No sólo desde dentro, sino y peligrosamente, desde fuera.