Alvaro Hernando Cardona González
Hace algún tiempo, el explorador colombiano Andrés Hurtado García (revista Semana, diciembre 13 de 1999) e afirmaba: «Por lo demás, no se puede hablar de ecología cuando los ciudadanos tienen hambre y carecen de tierra. El hambre es el peor enemigo de la tierra. Por hambre se destruyen los páramos, las selvas y la biodiversidad». Sin duda, el crecimiento de la población y el consumo, impulsan la expansión agrícola. Incluso la ilícita: coca en tierras bajas, marihuana en tierras medias y amapola en climas fríos.
El proceso de sabanización, ocasionado por la necesidad de adecuar tierras para la ganadería o cultivos extensivos, también traen consigo que los ríos se lleven decenas de toneladas anuales de tierras fértiles por talas, aumenten las inundaciones y represamientos, disminuyan los caudales, perdamos suelos, aumente la deforestación, se extinga la fauna y sus corredores biológicos, cambie el paisaje, entre otros impactos y daños ambientales.
Surge cada vez más evidente la necesidad de combinar acciones educativas, con el valor institucional (que tanto a desaparecido en Colombia, por cierto) para la ejecución de las medidas de control y vigilancia ambiental, y con la iniciativa creciente de adoptar instrumentos económicos para el desarrollo sostenible del sector primario de la economía.
Andrés Hurtado García, tiene razón en que la «primera prioridad prioritaria» (sic) es el agua. La protección de páramos, nacederos y bosques de cordillera debe tener prelación en las políticas públicas (inexistentes) y en las acciones ambientales; sin que se distraiga en coyunturales, y a veces electoreras razones que las distraigan. Es importante para la conservación ambiental, la vida sana y la integridad humana; pero también es importante para el desarrollo, porque sin agua no hay actividad agrícola ni pecuaria. Por eso, “desarrollo sostenible” aceptó la ONU en 1980, Colombia en 1991, y luego, prácticamente todos los países del orbe en 1992.
No solo son las entidades nacionales, sino sobre todo las territoriales las responsables de las acciones en pro de conservar y recuperar el ambiente natural. No pueden seguir ni siendo irresponsables, por omitir este deber, ni irresponsables por usar el ordenamiento territorial para cerrar el paso al desarrollo sostenible. Llegó la hora de que las autoridades territoriales se sumen con valor y temple a sincerar la problemática ambiental.
Lo responsable es usar los muchos recursos e imaginación, cambiando a una producción agropecuaria sostenible, que evite simultáneamente, el hambre de los colombianos y convertir las más nobles labores campesinas en la causa de nuestra perdición como especie sobre la Tierra. Este es el verdadero sentir del desarrollo sostenible: vivir, pero poder disfrutar; desarrollo, pero vida y sana.