Por: Paloma Valencia
El Presidente Petro está muy molesto con los partidos a los que había invitado a ser parte de su coalición de gobierno que construiría un gran acuerdo nacional, no le aceptaron un contrato de adhesión y le exigieron concertación. Es más, oyendo a los petristas, parecieran exigir la aprobación de todas sus iniciativas sin modificación, ni comentario. Dicen que para eso ganaron y que no aprobarlas o modificarlas o criticarlas es como desafiar la democracia. Ganaron porque sectores no petristas votaron por ellos. Contrasta precisamente por eso, que esos sectores están hoy siendo excluidos del gobierno.
Me parece que olvidan que eligieron un presidente y no un emperador. Los presidentes como todos los poderes democráticos están circunscritos por límites y contrapesos: Las Cortes y el Congreso. Los congresistas también son elegidos democráticamente, también representan a los colombianos, y como tal, sus comentarios y críticas e incluso sus rechazos son legítimos.
Todos los presidentes elegidos enfrentan las dificultades del Congreso. Todos los mandatos están limitados por otros quereres democráticos, técnicos, jurídicos de los otros poderes. No todo lo que se quiere aprobar se aprueba, nunca igual… y a veces, las Cortes echan para abajo un proyecto que ha sido muy difícil aprobar. Así es la política democrática.
El caso del Presidente Petro además se le suma que ofreció un gran acuerdo y en nada escuchó a los que quisieron acompañarlo. Resultaron sordos a las sugerencias como agresivos a la crítica. La soberbia con la que actuaban permitía predecir este desenlace. Sorprende, sin embargo, que el Presidente Petro haya salido de forma intempestiva, desafiante y casi con amenazas a romper la coalición de gobierno. Es una pésima señal que se suma a la soberbia con la que gobiernan, y al profundo desconocimiento técnico de los asuntos de Estado. El escenario tiene a muchos colombianos muy preocupados: a la incertidumbre, la está sobrepasando el desasosiego.
El presidente parece querer apostarles a asuntos bastante antidemocráticos. Pasamos del acuerdo nacional a la adhesión obligada. Y los mecanismos son cuestionables. Quiere desconocer los liderazgos de los partidos, comprando, a punta de corrupción, los votos que necesita para sacar sus malos proyectos. Los efectos serán, por un lado, el debilitamiento de los partidos que son fundamentales para la supervivencia de la democracia. Además, terminamos secuestrados por la corrupción política que por años ha venido saqueando a nuestra Colombia. Empoderar a los más corruptos como voceros no es trivial.
Así las reformas pasaran y fueran buenas, el gobierno quedaría atado a prácticas de las que no hay retorno. Pero, es más grave aún. Las reformas -a las que les quiero admitir buenas intenciones- son equivocadas y sus efectos serán nocivos y destructores. La reforma a la salud nos dejaría sin salud. La laboral encarecía más la vida de los colombianos y sería un tremendo golpe a la competitividad de todo nuestro sector productivo.
Colombia ha ido optando por modelos mixtos -donde operan públicos y privados- como mecanismo para superar la precariedad de los servicios prestados por el Estado, su ineficiencia y su corrupción. Por supuesto, que en el sector privado también hay episodios de corrupción, pero son más fácilmente controlables.
El presidente debe tranquilizarse. Este atrincheramiento donde sectores diversos que lo apoyaron fueron excluidos, empieza a dibujar en la realidad lo que muestran las encuestas. El presidente está perdiendo el centro que lo acompañó. Se radicaliza, insiste en destruir. Llama a las calles, parece añorar los paros, incluso celebra la lucha armada. Es un paso equivocado, deben enmendar. Volver a buscar acuerdos y tratar de construir, tarea bien difícil e ingrata. Un gobierno que no construye sobre lo construido, menos lo hará sobre lo destruido.