María Clara Ospina
No importa si es la primera vez que uno viene a Roma, o es una de muchas, esta ciudad es impactante. En ella siempre hay algo nuevo para descubrir o revisitar, para estudiar y admirar. Su pasado nos deslumbra, su resistencia a tantos avatares históricos nos sorprende, nos acogen sus cerca de tres mil años de existencia, años de desarrollo, creación, poder, decadencia y resurgimiento.
Pocas ciudades han jugado un papel tan importante en la historia. Roma ha sido, por siglos, faro del desarrollo de la civilización política, cultural y religiosa de Occidente. Hoy, desde el Vaticano, un país soberano dentro de la ciudad capital de Italia, se gobierna a más de 1.329 millones de católicos. Roma, sin duda, despierta nuestra espiritualidad, el sentido eterno de nuestra alma, aquí estamos más cerca de lo divino.
En la Via Appia, ese camino, herencia de la era del Imperio Romano, están las catatumbas donde se celebraban: la eucaristía, bautizos, bodas y sepultura de los cristianos, proscritos por la ley romana y castigados con la muerte si eran sorprendidos practicando su religión. Allí encontramos el lugar donde se dice que Pedro, huyendo de la persecución se encontró con Jesús quien le preguntó: “Pietro, ¿Quo Vadis?” por lo que San Pedro, avergonzado, regresó a cumplir su destino como líder de la joven Iglesia y murió crucificado.
Esta vez, cuando llegamos a la ciudad, la cúpula de San Pedro estaba iluminada por un nítido amanecer dorado, rosado y lila que le daba un color de majestad y eternidad que me conmovió hasta las lágrimas.
Como siempre, nuestras primeras visitas fueros a las iglesias que más nos conmueven. La Basílica de Santa María en Trastevere, fundada por Calixto I en el siglo III, decorada con magníficos mosaicos en la cúpula del ábside, donde se observa el trono celestial, la historia de la Virgen y a los doce apóstoles representados por doce ovejas que caminan hacia el Señor. Además, del artesonado del techo del siglo XIII creado por Dominichino. Y Santa Maria de la Pace, pequeña iglesia barroca, ordenada por Sixto IV para conjurar los odios entre los Medici y sus grandes enemigos, los Pazzi; importante, no solo por su magnífico claustro construido por Bramante (1.500), sino por la belleza de sus capillas laterales, decoradas con frescos y esculturas de algunos de los más destacados artistas del Renacimiento y posteriores.
Para comer en Roma no se necesita mucho dinero, los comederos callejeros son una de las delicias más económicas de Roma. Los hay por todas partes, algunos de los mejores están en el Trastevere y el área de alrededor de la Piazza Navona. El aroma de unas croquetas rellenas de arroz o bacalao con papa y queso pecorino, o unas frituras de Zucchini o flores de calabaza rellenas de queso mozzarella y anchoas, son una tentación irresistible. Ni hablar de la deliciosa oferta de pizzas, de todos los sabores, listas para comprar, llevar y disfrutar en cualquiera lugar de la ciudad, ya sea una plazoleta, parque, fuente o ruina romana, maravillosa por su belleza eterna. Para rematar un gelato; nadie puede negar que los mejores helados del mundo son los italianos y en Roma saben todavía mejor.
Bueno, yo diría que todo es mejor en Roma. ¡Benvenuti amici!