Diariamente la sociedad colombiana se estremece por las publicaciones que se difunden en los medios de comunicación y redes sociales, por los casos de violación sexual a menores de edad, que se han convertido en un nuevo estilo de vida de algunos depravados sociales que no respetan la intimidad de estos seres inermes que se ven abocados a las presiones más ruines y detestables que presenta un ser humano. Los reiterados testimonios de las madres de niños(as) conmueven, con razón, a la ciudadanía en general, al tiempo que recuerdan de la peor manera, no solo que el flagelo de la violencia sexual contra menores está lejos de ser asunto superado, sino que todavía falta mucho para que las autoridades puedan responder frente a estos casos de esta índole, como los obliga la gravedad de lo acontecido. Puede decirse que, en el papel ya hay suficientes herramientas y pautas para actuar, pero que estas hojas de ruta aún tienen en la cultura un pesadísimo lastre. Son desoladores los testimonios que reciben los organismos de control de estas indefensas criaturas.
Todos estos relatos, recuerdan que, tal y como ha ocurrido con tantos otros episodios de violencia sexual contra menores de edad, existe aún una inercia que pareciera propender por negar una realidad atroz como con los casos que se atreven a denunciar. La violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes es un crimen que la sociedad tiene que condenar con firmeza. Las cifras que se dieron a conocer el miércoles anterior en el foro ‘¡Pilas ahí!’, para la prevención de la violencia sexual’, organizado por la Secretaría de Educación de Bogotá, la Universidad de los Andes y el Diario El Tiempo, no son solo alarmantes, sino que indican que la batalla en este frente está pasando por un momento crítico y desolador. Sus consecuencias de este fenómeno, por fortuna empieza a ser visibilizados; no solo se reflejan en una revictimización de los afectados, que tienden a creer que son ellos los responsables, sino que alteran en múltiples formas su desarrollo futuro. Expertos en la materia detectaron al menos 28 impactos en la conducta de un menor que ha sido abusado, y van desde la depresión hasta el suicidio.
Debemos hallar la respuesta por qué la conciencia sobre la gravedad de estas conductas no parece tener la efectividad esperada. Preocupa, desde luego, todo lo que ocurre antes y vale la pena preguntarse, ¿cuáles son las fallas que permiten que dichos depravados mentales cometan estos horrorosos delitos que atentan contra estas inocentes víctimas? Urge redoblar los filtros, controles y procesos de protección en todo el país. Y es que las cifras de este flagelo son aterradoras de casos de presunta violencia sexual que han sido de conocimiento de Medicina Legal, durante el presente año, corresponden a niños(as).