Por: Luis Alfonso Albarracín Palomino
Diversos autores desde hace más de cinco décadas han venido estudiando de cerca los orígenes de la cultura mafiosa en nuestro país. Actualmente algunos sectores de la sociedad colombiana están permeados de una cultura mafiosa que se refleja en cada una de las actividades sociales, económicas y políticas de nuestro diario acontecer. Desde los hogares, algunos padres de familia de manera inconsciente están enseñando a sus hijos algunos modales del actuar incorrectamente en sus prácticas rutinarias. Sería interminable hacer un listado de estos comportamientos que son asimilados velozmente a través de los procesos de formación, que se inicia en la familia, continua en la escuela y posteriormente las redes sociales y los medios de comunicación consolidan algunas veces ese poder destructor en la mentalidad de las nuevas generaciones.
Deseo destacar y felicitar a mi gran amigo Hugo Fernando Cabrera Ochoa, por la publicación de la novela “LAVAPERROS, Una Cultura Mafiosa”. En el momento de su lanzamiento en la Biblioteca Departamental Olegario Rivera, con la asistencia del gobernador Luis Enrique Dussàn López, parte de su gabinete, integrantes de la Tertulia El Botalón y más de 200 personas que lo acompañaron, me privé de asistir a este magno evento académico de uno de los mejores exalumnos que he tenido en las aulas universitarias, porque me encontraba padeciendo una fiebre de 37,8 grados, producto de una virosis que padecí. Pero ésto no ha sido óbice, para que pueda escribir algunas líneas sobre esta novela, desde mi columna semanal que me brinda el Diario del Huila, el principal medio de comunicación del surcolombiano. Huguito, como siempre le digo por el alto aprecio que le tengo, se ha venido destacando desde las aulas universitarias donde ya es docente. Ahora desde la jefatura de Prensa de la Gobernación, cuya gestión ha enaltecido al gobierno seccional, a través de la interacción estrecha con todos los medios de comunicación de la región, sigo reafirmando el alto profesionalismo y la calidad intelectual de este ilustre huilense.
Y con su venia transcribo textualmente algunos fragmentos que envió: “Los sueños de juventud, sumados a los deseos de dejar atrás la pobreza, hicieron que muchos jóvenes en las décadas de los setenta, ochenta y noventa quisieran ingresar al narcotráfico, buscando oportunidades para mejorar su calidad de vida y la de sus familias. Cientos de muchachos, que no superaban los treinta años de edad, sondearon la manera de relacionarse con la mafia, labrándose erróneos caminos en busca de ideales que un negocio, desde todo punto de vista ilegal, les ofrecía, pero que la doble moral social aceptaba en sus círculos, debido a que los intereses económicos siempre han primado por encima de cualquier otro valor humano.
Cuando uno no sabe para dónde va, el destino no está determinado y el futuro es incierto, entonces pareciera que cualquier camino sirve. El narcotráfico era una de esas vías y, aunque los riesgos que implicaba no eran claros, se convertía en una opción posible para conseguir aquel elemento tan importante, que en teoría lo compra todo, y que muchos veneran como a un dios: el dinero. Gracias al arte, y en especial a la literatura, ese espinoso camino que ha transitado Colombia, de desgarramientos y fratricidios, empieza a ser comprensible y descifrable. Como herencia maldita de aquella empresa, convertida en ilegal por designio de quienes se lucran de ella, el narcotráfico fracturó los cimientos morales y entronizó un modelo de éxito que, al día de hoy, padecemos con una crudeza que no cesa. Es un flagelo que cambia de rostro y carcome con una virulencia inextinguible.
En América Latina, el hampa ha creado los oficios más insólitos y pintorescos. El coyote, la mula, el raspachín, y otros más, hacen parte del bestiario que compone el lado sombrío de una sociedad que concilia el horror y la beatitud. El lavaperros, fue y es un rol de ruindad, que además de la transgresión normativa, simboliza el arribismo y el desespero por abandonar la marginalidad. También la astucia y la trampa como escalones sociales. Fredy, el personaje de la novela que con esmero y discreción ha escrito Hugo Fernando Cabrera, es un hombre barnizado con los rasgos de la entraña popular. En cada una de las peripecias que protagoniza, sus rasgos psicológicos reafirman su identidad y lo definen en su época. Es, en términos literarios, alguien cuyas acciones penden de los hilos que sostienen su devenir fatídico. Preso de sus ambiciones, y arrastrado por los hechos, su vida es un cauce que lo lleva a una vorágine sin salida.
El Lavaperros logra desentrañar los códigos del mundo de la mafia. Los modismos y el modus operandi de ese entramado de codicias e intereses se exponen sin atender a maniqueísmos. En este libro – por fortuna para el arte de la novela – no hay juicios moralizantes. El escritor indaga con escalpelo para explorar las conciencias, las morales sinuosas y los poderes que entran en disputa en un juego en el que toda regla se acomoda y todo pacto se traiciona. La doble moral propia de la mayoría de los latinos, sobre la que el factor económico tiene una marcada influencia, hizo que al mismo tiempo que se criticaba en voz baja el origen de los recursos, más por envidia que por censura, ante cualquier oportunidad, las lisonjas brotaban como azahares antes de la cosecha.
Aunque quienes han estado delinquiendo, posiblemente han tenido supuestos días de gloria, la tragedia será siempre el desenlace como consecuencia de sus actos ilegales. Este libro busca generar un mensaje de reflexión acerca de las consecuencias que conlleva el actuar por fuera de la ley, obedeciendo a ciertos apetitos económicos y sociales, impuestos actualmente”. Excelente novela.
La cultura mafiosa busca imponer sus valores, normas y principios. Es decir, más a las malas que a las buenas. Es un fenómeno lamentable con consecuencias graves para el bienestar de los colombianos. La presencia de ésta es tan generalizada, que ya la sociedad ha llegado a aceptarla como parte de la vida cotidiana en algunos escenarios de la vida pública. Totalmente rechazable desde todo punto de vista. Es tan grave la presencia de ésta, en la mayoría de las esferas del Estado, que este antivalor hace parte del perfil del colombiano en los distintos escenarios nacionales e internacionales. Ha llegado a ser tan masiva, que ha provocado una reacción pública notable de rechazo en nuestro país.