María Clara Ospina
El pueblo habló, el verdadero pueblo, no el constreñido por los sindicatos que controlan sus acciones, o el burócrata que depende para su subsistencia del sueldo que recibe del estado y es vigilado por otros burócratas, o aquel de los encapuchados de “la primera línea”, bien pagados y adoctrinados para gritar obscenidades, quemar policías, tirar piedra, romper vidrios, destrozar buses, bloquear el tráfico y aterrorizar a la población civil.
El pueblo que llenó las plazas y las calles del país, el pasado 20 de junio, no fue ese pueblo con el que Gustavo Petro amenaza tanto, con el que pretende meterle miedo a quien se oponga a sus delirantes reformas y mandatos; ese pueblo envenenado o confundido por su odio de clases y sus rencores.
El pueblo que se manifestó fue el pueblo del común, de todas las razas y regiones, de todas las edades y estratos, el que trabaja y deja trabajar y no pretende vivir de gorra, al que no le pagan por salir a manifestar su descontento, el que no sale a insultar ni destrozar sus ciudades, ni sus pueblos, el que no se esconde tras una capucha.
El pueblo que se manifestó es el pueblo libre, el demócrata, el respetuoso de las instituciones, el estado de derecho, la separación de poderes. Estas no fueron manifestaciones manejadas por partidos políticos; fueron manifestaciones de un pueblo soberano que comprende que el poder le pertenece y no está dispuesto a aceptar más excesos de su gobernante.
La mayoría de los colombianos estamos hastiados de la arrogancia y la corrupción que se respira en este gobierno, que no oye a su gente y quiere destruir lo logrado con tanto esfuerzo. Peor aún, que pretende dividir al país entre pobres y ricos, blancos, indios y negros, que quiere enfrentar a los jóvenes con los viejos y destruir a la clase media.
Petro, con su trasnochado discurso comunista, pretende encasillarnos en celdas predeterminadas por el color de nuestra piel, el origen de nuestro nombre, o lo que tenemos en los bolsillos.
La Marcha de las Mayorías probó ser ante todo eso: “La Mayoría”, y lo hizo, como debe ser, con gran diciplina y patriotismo. No hubo un solo herido, nada quedo destruido, hubo verdadera “paz total” en estas manifestaciones. ¡Viva Colombia pensante!
Por desgracia, la mente obtusa que gobierna a Petro no le permitirá aceptar lo propuesto en las plazas colombianas: que el gobierno abra un compás de dialogo sincero; que se delibere con seriedad e inteligencia sobre las reformas para lograr un consenso que traiga mejoras a la vida de todos los ciudadanos; más acceso a la salud, creación de más empleos, mejoras en todos los frentes, cómo debe ser.
Petro, con su acostumbrada arrogancia, trinó su desconocimiento de las marchas. Mentiroso, como siempre, las declaró “débiles”. Bien sabe él que de la mentira repetida siempre queda algo. Recordemos la primera frase de “El Conocimiento Inútil” de Jean-François Revel: “La primera de todas las fuerza que gobierna al mundo es la mentira”. Especialmente hoy, en la era de la post verdad.
Mejor que Petro oiga al pueblo porque, así las cosas, su gobierno está al borde de implosionar y hundirse, por exceso de arrogancia, corrupción y mentira, como ocurrió al submarino Titán.