Andrés Molano
Analista y profesor de Relaciones Internacionales
A los jóvenes estudiantes de Ciencia Política, hoy en día, les meten hasta por los poros la idea de que “todo es político”, los convencen de que “todo lo personal es político”, y los persuaden de que todas las dimensiones de la vida humana -desde la intimidad hasta la ciencia- pueden reducirse a relaciones de poder y de dominación.
El resultado es pernicioso en muchos sentidos. Por un lado, y en perjuicio de la disciplina, si todo es política, a la postre, nada es política (es lo que pasa cuando se busca explicarlo todo apelando a un único factor, que, en consecuencia, pierde buena parte de su capacidad explicativa). Por el otro, acaban interpretando la existencia en términos de una lucha perpetua contra la “opresión del poder” y en busca de la “emancipación de las subjetividades”. Todo los oprime, y nunca “se sienten” suficientemente emancipados. Y, por si fuera poco, acaban privándose de la oportunidad de disfrutar el mundo y la vida tal como son. Un mundo y una vida en los que, lo más importante ocurre -y debe mantenerse al margen- de la política. Un mundo y una vida en los que, como lo dice el verso de Angelus Silesius que fascinaba a Borges, “la rosa sin porqué, florece porque florece, no se fija en sí misma, no pregunta si se la ve”.
Por supuesto, a veces la política es invasiva (la idea de que “todo es política” es el sueño del totalitarismo). Naturalmente, hay dinámicas políticas que en ocasiones permean otras actividades humanas; y muchas de ellas -desde la tutela de los padres sobre los hijos, hasta la relación, por definición jerárquica, entre maestros y alumnos- implican relaciones de poder (pero no todo poder es político, y, precisamente por eso, existe y es posible una ciencia de la política). Algunos artistas apuestan por hacer “arte social y políticamente comprometido”, con resultados unas veces artísticos y otros meramente propagandísticos.
Incluso el deporte puede tener implicaciones y usos políticos. Existe una “diplomacia deportiva”. Algunos Estados emplean el fomento del deporte de alto rendimiento y realizan campeonatos mundiales para proyectar su poder blando, generar prestigio, despertar admiración, y afirmar de paso su lugar en el mundo. Bien podría hablarse, también, de “nacionalismo deportivo”. La exclusión de la participación en eventos deportivos internacionales puede ser utilizada como instrumento político. Algunos Estados se niegan a que sus deportistas compitan con los de otros, e incluso sancionan cualquier gesto individual que contravenga tal interdicción. Los deportistas, a veces, aprovechan el podio para hacer signos políticos. De vez en cuando, la política irrumpe con toda su fuerza en las justas deportivas.
Así ocurrió en Constantinopla, con los disturbios de Niká. Así ha ocurrido en los Juegos Olímpicos. Pero la mayor parte de las veces los deportistas están haciendo deporte porque les gusta hacer deporte. Porque ese es su oficio. Está bien que así sea, y está bien dejar que así sea.