Una propuesta de un grupo de gestores culturales a los futuros gobernantes.
DIARIO DEL HUILA, CULTURA
Por: Miguel de León
El relato nos dice que la primera novelista huilense es una mujer blanca con nombre hispánico y que publicó su obra más conocida “Los Proceres” en 1890. Es el inicio de nuestra literatura regional, olvidando totalmente, los relatos de Guaitipan, la escritura de los petroglifos o la lectura de las esculturas Ullumbes. Por eso, las palabras del nuevo Ministro de Cultura, Juan David Correa, en su texto “El horizonte del Ministerio”, no son unas promesas burocráticas, sino una propuesta para construir un nuevo relato, sin “tumbar monumentos” ni borrar lo hecho hasta ahora, sino sumar; “no se trata de excluir a nadie, ni a quienes han ocupado el espacio de manera hegemónica durante doscientos años, sino de incluir decisivamente a quienes han sido excluidos desde siempre”.
Es un texto que se debería discutir con un espíritu constructor para levantar un horizonte conceptual de lo que podría ser el papel de la cultura en el desarrollo de los pueblos y mucho más, ahora en campaña electoral, un texto de consulta para los candidatos a los cargos ejecutivos. Por qué los nuevos gobiernos que llegan el año entrante, tienen la oportunidad de proponer un cambio de mentalidad que nos permita, después de un largo proceso,” reconocernos como parte de uno de los tantos posibles relatos de una nación que no ha logrado incluir, después de doscientos años, con suficiencia y decisión, a todos sus habitantes”, como dice el ministerio de cultura.
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DE MICULTURA PARA LOS NUEVOS GOBERNANTES
Hay algo cierto, que vale la pena repetir; “Para lograr ese nuevo relato debemos echar mano de lo aprendido tras décadas de gestión cultural que nos han proporcionado un conjunto de leyes, programas y planes que debemos actualizar en función de este camino. Y a partir de su actualización, reformulación y discusión, reconocer que tenemos un largo acumulado de experiencia y conocimiento al que debemos acudir para seguir abriendo espacios para quienes no han estado incluidos en el relato que ha primado hasta hoy.
En un país con una larga tradición centralista, como el nuestro, esta política cultural debe pasar del Estado que, desde Bogotá, planea, diseña e implementa, a uno que reconozca la capacidad creativa de los territorios y sus habitantes. Como lo afirmé en una reciente entrevista, «los gestos culturales son gestos de reconocimiento». Tal labor de reconocimiento pasa tanto por valorar las diversas manifestaciones culturales existentes en el país, como por dotar de herramientas a los habitantes para que las cultiven, desarrollen y expresen según sus propias formas de conocimiento y sus saberes”.
Esto va en contravía por lo que dicen todos los políticos; “¡por primera vez!”, porque en el mundo todo está hecho, se trata más bien de reconocer la capacidad creativa de la gente, de sus propuestas, de escucharlos y con ellos, crear nuevas formas de conocimientos y saberes.
COSTRUIR SOBRE LO CONSTRUIDO
“Se me dirá que la teoría y las ideas que les he expuesto hoy están muy bien, pero que el reto de cualquier gestión es hacer que esos ideales se expresen y consigan insertarse en la sociedad; que las políticas públicas bajen y se hagan realidad. Creo, sin temor a equivocarme, que en este Ministerio y en la gestión cultural colombiana hay estupendos ejemplos de colaboración que han producido resultados innegables. Se me ocurre pensar en la política de patrimonio a través de empeños como las Escuelas Taller; la de lectura, a través del Plan Nacional de Lectura y Oralidad; la de poblaciones, a través de procesos de concertación que han incluido a más colombianas y colombianos. Sin embargo, todos esos planes, leyes y programas, que se articulan a nuevos como el programa de Educación Artística y Cultural, una de las macrometas de este Gobierno, no son nada si no somos capaces de entender el cambio de espíritu que nos impone el primer gobierno progresista en dos siglos de historia republicana.
El relato entonces no es solo un problema de acciones y programas, es, sobre todo, un cuestionamiento real a nuestras relaciones de poder: no se trata de excluir a nadie, ni a quienes han ocupado el espacio de manera hegemónica durante doscientos años, sino de incluir decisivamente a quienes han sido excluidos desde siempre con justificaciones ominosas basadas en la racialización, la aporofobia y el patriarcado entre otras conductas estructurales contra las cuales es preciso rebelarse. En síntesis, al considerar las artes, los saberes y la cultura como parte constitutiva de una fluida y cambiante identidad nacional, desde este Ministerio trabajaremos para diseñar e implementar una política cultural en la que se ponga en juego el carácter diverso de la sociedad colombiana”.
CONCLUSIÓN
Lo que proponemos como artistas y gestores culturales a los nuevos gobernantes, es asumir el concepto de que la cultura es el aprovechamiento social del conocimiento, pues la cultura no solo está expresada en múltiples dimensiones, en una forma no homogénea, sino que nos permite abordar la identidad cultural regional desde una forma más amplia, en donde aparecen los valores culturales de todas las personas que habitan este territorio. A nuestra sociedad le llegó la hora de cambiar el paradigma: tenemos el deber de reconvertir los cuentos hegemónicos y unilaterales, que nos han regido durante tanto tiempo, en relatos plurales en los cuales se incomode y se cuestione el clasismo, el racismo, la segregación educativa o la idea de lo culto versus lo popular. Seguramente, cuando eso ocurra, las cuentas serán más justas.
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