Diario del Huila

Joven delincuente, víctima y victimario

Sep 11, 2023

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Por: GERARDO ALDANA GARCÍA

La mañana del miércoles 23 de agosto de 2023, a las 7.00 a.m., en el barrio Villa del Río, mi hijo, un jovencito de 16 años, sería víctima de atraco, cuando dos hombres en motocicleta, con casco para encubrir su identidad, lo asaltaban por la espalda. El parrillero se bajó tan rápido del automotor, y le echó mano al maletín que la víctima cargaba a sus espaldas. Mi hijo, que dentro del equipaje llevaba su dotación de uniforme de basquetbol, mismo que había utilizado la noche anterior en el entrenamiento que en la cancha del barrio dirigía su entrenador, asía fuertemente el maletín mientras el delincuente halaba de un extremo, lanzando ataques con un enorme y afilado cuchillo, mientras que le gritaba improperios instándolo a ceder. Finalmente, los delincuentes se llevaron el modesto botín en disputa y la billetera de mi hijo, con los documentos dentro y los tres mil pesos para el bus urbano.  Al día siguiente del incidente, el entrenador me hizo llegar un video en donde se apreciaba cómo la comunidad de estudiantes frente a uno de los colegios de la capital huilense había atrapado a un delincuente justo en el momento que intentaba robar el bolso a una de las estudiantes que salía del centro educativo.  La idea de mi amigo era que mi hijo pudiese reconocer al delincuente a ver si se trataba del mismo asaltante del que fue víctima. Como padre que soy, abrí el video con la avidez de conocer de quien se trataba, pensando en lo importante que sería que las autoridades hiciesen justicia.

Pero justo al abrir el video, pude claramente ver a un joven quizás de la edad de mi hijo. Él, atrapado por otro joven de su edad que lo aseguraba con sus potentes brazos en el cuello, era objeto de golpes, puños o cascado por un motociclista que se unía al castigo que amenazaba linchamiento del ladrón. El joven realmente no parecía atormentado por los golpes físicos que recibía, en cambio si por la desnudes derivada del retiro de su pantalón e interior de que fue objeto por quienes lo sometían. El joven infractor exhibía sus órganos sexuales a la comunidad de jóvenes y jovencitas que le miraban y le gritaban toda suerte de palabras soeces. El ladrón intentaba cubrir su órgano genital con la falda de su camiseta. Se le veía aterrorizado. Debo confesar que de entrada sentí un profundo dolor por ese joven. Sí, el terror por el que pasó mi hijo el día anterior cedió paso a un nuevo sentimiento, la conmiseración de la juventud que en este país no encuentra aún la implementación de un sistema garantista de los derechos del niño y de los jóvenes.

Y frente a lo sucedido, muchas lecturas se hacen desde la perspectiva comunitaria. Una es la falta de oportunidades para los jóvenes; digamos que, si existen programas, pero es necesario organizarlos de tal manera que la inversión estatal y privada en esta población, permita el verdadero desarrollo y crecimiento educativo, socio cultural y económico de ellos. Por ejemplo, se ha escuchado de la vicepresidenta Francia Márquez, la entrega de subsidios para jóvenes delincuentes, disque para que no cometan más delitos, lo cual luce verdaderamente incoherente con la realidad cultural de esta población cuyo anhelo de cambio no podría darse por este medio; sería como pedirles a los políticos corruptos que dejen de traficar con los contratos de la inversión pública o a un narcotraficante que abandone su lucrativo negocio. La idea sería mejor si, en lugar de regalarle un dinero mensual, este se orientará a financiar emprendimientos de los jóvenes, debidamente acompañados por entidades especializadas en la materia, algo así como un fondo emprender del Sena pero llevado a magnitudes más generosas, en donde no habrán intereses por créditos, tasa cero. Pero no regalar el dinero; en cambio sí permitir que la juventud proponga, emprenda y trabaje.

Pero al mismo tiempo, el escenario permite advertir la indefensión en la que actualmente los colombianos vivimos por cuenta de la implementación de estrategias del gobierno nacional, que llevan a que las fuerzas militares y de policía, acatando disposiciones de sus superiores, estén prácticamente acuartelados sin poder actuar frente a la delincuencia, lo que se traduce en el menoscabo de la seguridad de las familias, de la nación entera. No es exageración, pero hace mucho tiempo que el país no experimentaba una zozobra de sus ciudadanos en la vida urbana y rural; y lo peor, no se atisba si quiera una leve luz al final del túnel que, como he dicho en otra columna, ni quiera existe; en su lugar hay un laberinto maldito, con un minotauro que quiere comerse la estabilidad nacional.

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