Por: Juan Carlos Ramón Rueda
Esta semana volví al Caquetá después de casi tres décadas de haberme trasladado a Neiva. Acompañado de mis dos hijas, fui al sitio en el que asesinaron a mi Padre Pablo Ramón Mahe en 1977 hace 44 años, muy cerca del Río Orteguaza en la vía que conduce en medio de las fincas ganaderas al municipio de Puerto Milan. Últimamente el recuerdo de mi Padre se hizo presente y de alguna manera sentí la necesidad casi urgente de ir y hacer una ofrenda a su memoria, visitar y recorrer las calles de ese pueblo que me albergó en mi primera infancia y darme un tiempo para recordar y valorar nuestro origen y las motivaciones de la existencia.
Al margen de un momento tan íntimo y especialmente familiar, he reflexionado mucho sobre la razón de ser de situaciones que han cambiado esta región y el de muchas personas que conocía y que daba por sentadas. 30 años pueden no ser mucho tiempo, pero han sido suficientes para arrasar con la proyección de familias. Algunos por la guerra fratricida y la inseguridad que vive nuestro País y en especial esta región. Pero en otros casos me encontré con que la causa de la tragedia familiar fue el destino señalado y malogrado por el propio temperamento de sus vástagos o de algunos de sus integrantes. Historias difíciles de contar.
De otro lado, Florencia, la capital del Caquetá, ha crecido de manera desmesurada y totalmente desordenada. El comercio pareciera haberse tomado la ciudad. Todas las calles que recorrí están atiborradas de negocios en sectores que antes eran residenciales y evidentemente no hay control urbano ni procesos de planificación en el desarrollo del territorio. Barrios enteros se han hecho en calles estrechas al margen de las quebradas ante la vista de las autoridades y la sociedad. Tampoco hay control a los urbanizadores y a kilómetros de lo que fue la zona urbana avanzan nuevas invasiones y desarrollos totalmente desarticulados. No hay un solo parque para las familias. Es impresionante el desorden.
Si uno tiene la oportunidad de percibir esto como me acaba de pasar, se entiende fácilmente la importancia de tener reglas para el desarrollo de una ciudad. Reglas que se respeten y sean acatadas por todos. Y no llevar la ciudad al capricho de cada quien en una especie de carnaval de libre albedrío que quizá sea bueno para algún político, pero terriblemente negativo, malo e irreversible para el desarrollo y el bienestar de todos.