Por: Hugo Fernando Cabrera Ochoa
En un documento académico que escribí hace un tiempo, el cual titulé “Prospectiva, Incertidumbre y Caos”, cité al profesor e investigador adscrito a la Universidad de Valencia, Pedro Carmona Ibáñez, para definir que “existe un ambiente de incertidumbre cuando falta el conocimiento seguro y claro respecto del desenlace o consecuencias futuras de alguna acción o situación, lo que puede derivar en grave riesgo”.
La incertidumbre aparece ante la incapacidad de prever lo que puede suceder a futuro, sobre todo bajo la conciencia de no haberse preparado para un desenlace determinado; tan parecido a lo que sucedería si se pretendiera recorrer un camino que jamás se ha transitado, con los ojos vendados, lo cual generaría inseguridad e incluso temor, pues cada paso sería dado con desconfianza y perplejidad, ante el posible riesgo de caer.
Precisamente esa incertidumbre es la que despierta en nosotros los seres humanos el mayor nivel de preocupación o estrés, en medio de una pandemia que mengua, pero resurge con más fuerza y letalidad, sumada a la frágil e inestable condición económica generalizada, que se agudiza gracias a los amenazantes cambios tales como la reforma tributaria y que se agrava con el resurgimiento de la violencia interna que desencadena en asesinatos, masacres, desapariciones, secuestros y atentados terroristas, entre otros.
Todo lo que viene sucediendo es muestra fehaciente de lo poco preparados que estamos para afrontar situaciones adversas, difíciles, catastróficas, y eso es lo que genera incertidumbre en la población, pues lo que se advierte es una notable improvisación para atender todas las calamidades que se van generando, lo cual obliga a pensar en poner en práctica principios de precaución que minimicen los efectos contraproducentes y desfavorables, generados por hechos que en un momento cualquiera puedan presentarse, atenuando las consecuencias.
El principio de precaución es un concepto que respalda la adopción de medidas protectoras ante las sospechas fundadas de la ocurrencia de un hecho que puede afectar a los seres humanos o al medio ambiente en general.
Para desarrollar adecuadamente el principio de precaución es necesario que se identifiquen tres aspectos básicos. Primero, la existencia de una situación de incertidumbre acerca del daño para los seres humanos o el medio ambiente; segundo, la evaluación técnica y científica del riesgo; y, por último, la perspectiva de un daño grave e irreversible.
La extensa temporada invernal que vivimos en las últimas semanas, cuando llovió lo que no había llovido en años, nos permitió nuevamente observar y analizar lo indefensos que podemos ser ante un fenómeno con este y lo realmente poco preparados que estamos para enfrentar dichas situaciones.
Pienso que, con la experiencia vivida, es hora de acudir al principio de precaución para menguar los riesgos, eso puede ser parte fundamental de procesos de planeación alternativos.
